ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 18 de diciembre  de 2015                 
                             
 

Un Niño abandonado

Avenida de la Constitución. Exterior. Día. Pero casi oscurecido ya, en estos días más cortos del año en torno a Santa Lucía. Dejo el coche en mi solar natal de la calle Bayona y me voy dando el paseíto hacia el centro. Por la acera derecha de la Avenida. La contraria a la que recorría mi recordado Rafael Montesinos en sus diálogos con la nostalgia de Sevilla. Llego a la esquina de la calle de la Mar, frente a la Punta del Diamante. Me recibe junto a las sevillanas torteras de Pascua del Horno de San Buenaventura el olor a Miércoles Santo con gallo y columna que por toda la esquina expande con su sahumerio el Hombre del Incienso. Me encuentro con una cola tela de clásica en estas fechas y lugar: la de comprar lotería del Gordo en El Gato Negro. Pero más allá, a la puerta de la FNAC, hay un bullicio desusado. Quinceañeras agolpadas miran algo por los cristales de un escaparate y dan grititos de admiración. Como de club de fans. Arranca desde allí una larga cola. Larguísima cola. Cola de muchachas en flor, nietas de las sevillanas de las colas de la Expo, bisnietas de las sevillanas de la cola del petróleo. Por más que ando hacia la Plaza, no desaparece la inmensa y paciente cola. Todas las niñas con el rostro con luz como de pintura holandesa, teléfono móvil en mano, guasapeando o tuiteando. Ya a la altura de Padilla Crespo, le pregunto a una:

-- ¿Para qué es esta cola?

-- Para ver a Auri.

No sé qué es Auri. Ni me importa. Algo o alguien que hace promoción en la FNAC. Debe de tener éxito. La cola llega más allá de Filella. La Sevilla de la bulla aprendió a hacer colas cuando la Expo. Qué nos gusta una cola, cuánto una bulla. En el frontal del Arquillo, donde llega el Heraldo de los Reyes Magos a tomar Sevilla, junta gente el plateado e inmóvil hombre-estatua que va de tenista en un "match-ball". Y hay larga cola para que los chiquillos entren a patinar en la pista de hielo de los abetos falsos y la nieve falsa que profanan la Sevilla más verdadera. Y más allá, en esta Navideña Calle del Infierno, otra cola. Ante la caseta de una taquilla de feria de pueblo que han plantado los que hacen el negocio con su tiovivo en el degradado espacio publico. Pone "Carrusel Ortega". Y en la otra acera, ante el edificio de la Real Audiencia, otra cola, pero escasita y clareadita. Apenas doce personas. Es para ver el Nacimiento que ponía Luis Becerra y ahora monta como se llame lo que han dejado los catalanes en su conquista de los primitivos Monte de Piedad y Caja de Ahorros San Fernando.

Es Navidad, dicen. Me lo tengo que creer. Vuelvo sobre mis pasos, pues se me olvidaba ver el Nacimiento municipal que cada año convierte el Arquillo en Portal de Belén. Está más solo que la una. No sin cola, no. No sin bulla, no. Sin nadie. Absolutamente nadie mira el Nacimiento. Y eso que le han puesto un río que parece el Guadaira por los molinos de Alcalá, y mucha piedra de albero disfrazada de Tierra Santa. Este año no está entre rejas para que no lo roben. Tiene por el lado de la Telefónica un cordón rojo como los de las sucursales bancarias ante la caja o los multicines en las taquillas. Pero ese cordón rojo también está solo. Nadie. Nadie viendo el Nacimiento, en este trozo de Sevilla empetado de colas. Jesús, abandonado. En el Arquillo, un Niño abandonado, con su padre San José, el de la Capillita, y con su Madre, La que junto al Arco nos espera hoy con sus manos abiertas para que besemos la Spes Nostra, salve. ¿Casualidad o metáfora, tantas colas para "las Fiestas" y el Niño cuyo Nacimiento celebramos, mientras, solo, "en cueros y descalzo" como en la copla triste de los campanilleros?

(Envío: a mi admirado, respetado y querido arzobispo de Sevilla, el excelentísimo y reverendísimo señor doctor don Juan José Asenjo Peregrina, con mi preocupación ante este vivo azulejo del "hasta aquí llegó el agua del laicismo" en esta arrolladora riada de conversión de las Pascuas de la Natividad del Salvador en unas fiestas comerciales, sociales, mundanas, que sin Dios naciendo son absurdas y no tienen sentido alguno.)

 

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