ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  2 de febrero  de 2016                 
                             
 

"Si me queréis, irse"

Me ha acordado de Lola Flores leyendo la entrevista de Marta Carrasco a José Luis Castro, el antiguo director del Teatro de la Maestranza, al que vuelve para a poner de nuevo en escena su exquisita versión de "El Barbero de Sevilla", que hace veinte años realizó con la escenografía de Juan Suárez, Carmen Laffón y Ana María Abascal. Tuve la suerte de ver dos veces esa delicadeza en forma de montaje de ópera. Aquí y en Ginebra. Pero no Ginebra con tónica y siete mil ingredientes, hasta con higos chumbos, sino Ginebra la capital suiza del taco gordo y las cuentas secretas. Castro, Suárez, Carmen y Ana María nos pintaron una Sevilla del XVIII soñada, perfecta, sin anacronismos ni españoladas. Suárez reprodujo la fachada de la Casa de los Segovias, en la calle de su nombre. Casa tan importante que mejor que hubiera quedado para siempre como Suárez la recreó, cuando era de Andrés Moro el anticuario, y no como la han puesto, como entrada a un hotel de la modernidad, que traspasas esa puerta y te da un patatús con los crímenes que consiente y aprueba la Comisión que no Tiene Conmiseración del Patrimonio y autoriza petardos y atrocidades como este hotel-palacio-de-no-sé-qué que le han puesto de mote: o como el secadero de tabacos de la calle Santander: o como el proyecto para cargarse las Atarazanas; o como las Setas; o como la Torre Pelli que Zoido dejó rematar a pesar de su mayoría absoluta de los 20 concejales, 20, con los que podría haber parado esta puñalá a los cielos que ya están más perdidos que el barco del arroz. La Cigala, naturalmente.

¿Que por qué me he acordado de Lola Flores leyendo a Castro hablar de "El Barbero de Sevilla"? Por una frase que dice y que, a su vez, relaciono con una Tribuna de ABC tan buena como todas las suyas que le leí el otro día a mi venerable Enriqueta Vila. Dice Castro, recordando cuando los políticos lo quitaron de enmedio como director del Teatro: "De lo único que me arrepiento es de haberme quedado en Andalucía y no irme a Madrid, eso fue un error". En Madrid le ofrecieron dirigir el Centro Dramático o el Teatro de la Comedia; y no se fue. Lo contrario que Boadella, que harto de coles de los catalanes, le ofrecieron dirigir en Madrid los Teatros del Canal y salió de Juannaja de Levante desde Barcelona.

Lo de Castro es lo tan citado que en "Ocnos" le reprocha Cernuda a José María Izquierdo: el "error de amor" de quedarse en Sevilla y no irse a trepar a Madrid. Que es lo que, leyendo a Enriqueta Vila, me entero que también hizo Murillo: "Al parecer, Murillo nunca saliò de Sevilla". Ni falta que le hizo, Enriqueta. Y muy bien que hizo el hombre. Como hizo muy bien Izquierdo. Todo lo contrario que Velázquez, que sí que se fue a Madrid a trepar en la Corte, y hasta que no tomó el hábito de caballero de Santiago no paró. ¿Qué hubiera sido de Velázquez si llega a quedarse en Sevilla? Es lo mismo que me pregunto de Cernuda: ¿qué hubiera sido de Cernuda si no se va a Madrid? Que acaba dando el pregón de la Semana Santa. Y lo que me pregunto de Romero Murube: ¿qué hubiera sido de Joaquín si se hubiese ido a Madrid a triunfar, y que le den por saco a los cielos que perdimos? ¿Qué hubiera sido de Rafael de León, o de Salvador Valverde o del Maestro Quiroga si no llegan a irse de Sevilla? Hasta del mismo Curro Romero, si no se hubiera ido al Hotel Wellington. Seguro que les hubieran aplicado la ley del desprecio de los sevillanos por lo propio. La que llamo Ley Catunambú. Ese sevillano ignaro y displicente que dice:

-- ¿Que Quiroga es un buen músico? Pero si yo tomo café con él todos los días, ¿cómo va a ser tan buen músico?

El sevillano pone a su altura a todo el que quiere sacar la cabeza de la mierda ambiente. Y se la corta. Por eso Sevilla a efecto de muchos de sus preclaros hijos, debería decir lo que Lola Flores cuando en la boda su hija Lolita con Guillerno Furiase se formó en Marbella aquella rebullasca tan grande en la iglesia que el cura no podía ni casarlos. Sí, la Vieja Dama debería decir a sus mejores hijos lo que La Faraona en la boda de Lolita:

-- ¡Si me queréis, irse!

Pero cometen el "error de amor" de quedarse. Y pasa lo que pasa...

 

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