ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 20 de mayo  de 2016               
                             
 

Un sillón vacío

Real Plaza de Toros de Sevilla. Carpa en el ruedo de este dual de nuestras barrocas contradicciones: la del Arenal es la única plaza de toros del mundo que paradójicamente no tiene arena en su piso, sino albero. La Real Maestranza entrega sus anuales premios taurinos y universitarios. Preside, como es rito en la Casa, un sillón vacío. No es un sillón de respeto como el que entre dos seminaristas llevaban tras el Cardenal Segura en la procesión del Corpus. Es el sillón de la presencia en efigie del Augusto Hermano Mayor del Real Cuerpo, S.M. El Rey. Que contempla la escena en uniforme de caballero maestrante de Sevilla desde el maravilloso retrato que le ha pintado Hernán Cortés. Pero no Hernán Cortes el que conquisto la Nueva España, sino Hernán Cortés el niño que le salió pintor, y de los grandes, al excelentísimo señor doctor don Antonio Cortés Sabariego, académico de la Real de Medicina de Cádiz y algo mucho más importante: médico de Pemán.

Vienen los discursos, y le toca el turno al excelentísimo y magnífico señor rector, don Miguel Ángel Castro Arroyo. Y dirigiéndose al atril de las charlitas, al pasar ante la presidencia, se cuadra, pega un taconazo e inclina la cabeza. No sé si estilo IPS o estilo IMEC, pero castrense puro: como en el Ejército se saluda a la Bandera o al Rey. La gente cree que el rector inclina la cabeza ante el teniente de hermano mayor, Marqués de la Puebla de Cazalla, que preside el acto. Pero no es así. Con esa cabezada como de entierro de pueblo, saluda a un sillón vacío. Al vacío sillón presidencial del Rey, en el centro de la mesa. Presenta su pleito-homenaje al Rey, al Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería. Óle los ritos. Estos ritos en Sevilla sólo las mantienen La Maestranza, La Caridad y El Silencio, grandes conservatorios de nuestro patrimonio inmaterial. Ese sillón vacío y ese retrato del Rey, hasta el reinado de Isabel II, presidían las corridas en el Palco del Príncipe. Y me parece recordar que cuando murió El Conde de Barcelona, en ese palco, como señal de duelo, hubo un sillón vuelto con un crespón negro: el sillón vacío del que había sido su Hermano Mayor hasta la proclamación de Don Juan Carlos I como Rey y la segunda restauración de la Monarquía, que en España salimos a Restauración de la Monarquía por siglo.

Y viendo el arroz y gallos muertos con que la afición celebraba ayer el medio siglo del nacimiento de Romero como torero de Sevilla y el advenimiento pentecostal del Currismo como religión laica, evocando aquel sillón vacío en la Maestranza a la izquierda del teniente de hermano mayor y ante el que rindió el rector pleitesía de respeto y lealtad, me acordé de otro sillón vacío.

-- ¡Joé con tanto sillón, Burgos! Que esto suyo de hoy va a parecer Merkamueble por lo monárquico y por lo torero...

Pues sí. Porque desde octubre del 2000, desde aquella tarde de ramitas de romero en la plazaloscarros de La Algaba, hay en Sevilla otro sillón vacío. No es un sillón de respeto, aunque soberano. Un sillón vacío que es una sede vacante. Igual que al Arzobispado se le dice "la sede isidoriana", a ese sillón vacío lo mentaría yo como "el trono de Pepe Hillo". Porque es el sillón de la sede vacante del toreo según Sevilla, que quedó vacío cuando Romero se fue sin anunciar que se iba. Fue el trono de José. Fue el trono de Juan. Fue el trono de Chicuelo. Fue el trono de Pepe Luis. Ni siquiera hay que poner apellidos a los soberanos del toreo según Sevilla. Desde aquel jueves de la Ascensión de 1966 a octubre del primer año del siglo XXI fue el sillón del trono del toreo sevillano que ocupó Romero. Desde entonces está vacío, y hay guantás por ocuparlo. Lo que hacíamos ayer en ABC sus partidarios, de Lorena Muñoz a Carlos Urquijo, del recuerdo de la crónica de Manolo Olmedo a servidor de ustedes, fue al fin y al cabo lo mismo que el rector ante el sillón vacío de Don Felipe VI: rendir pleito-homenaje de lealtad a un soberano ausente.

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