ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


 

ABC  de Sevilla, 19 de febrero de 1982
                             
 

El Bizco Amate

Tiene Sevilla una letanía mágica y prodigiosa de tradiciones y leyendas que es perfecta en su discurso de la mentira. Los seises no son seis, sino diez. El mejor torero de Triana, que era Juan Belmonte, nació en la calle Feria. La Feria la inventaron un vasco y un catalán. Los poetas de Sevilla, como Cernuda o Bécquer, existen gracias a Madrid. Y ahora, leyendo la biografía «Andares del Bizco Amate», que ha publicado Eugenio Cobo, me entero que el Bizco Amate no era bizco, sino tuerto. Pero no ha pasado, por fortuna, a la historia la verdad, sino la leyenda, no el Tuerto de Amate, sino este Bizco de Amate a cuyos cantes algunos les tenemos puesto un altar, la gloria del fandanguillo de taberna, del hambre de los corrales, la Sevilla de la miseria, como rimada por el doctor Hauser, Bizco de Amate en el que hay más Valle Inclán de lo que todos creemos, según cuenta Cobo:

—-Con sus acompañantes recorría las casas de vecinos, cantando un fandango en el portal y, sacándose el ojo de cristal azulina y enseñando te cuenca vacía, pedía: «Echarle un bollo duro al Bizco; no, al Bizco no, al tuerto...»

Esto lo mete Valle Inclán en una novela y nos creemos que es la imaginación galaica. Pero no, es la magia sevillana, el realismo mágico sevillano, que lo hay, y mucho, y que encuentro en el mar chico de aceite que con una lamparilla le tengo encendido a la memoria de los fandangos del Bizco, Bizco sobre quien, gracias a la investigación de Eugenio Cobo, sabemos ahora unas cosas más.

Por ejemplo, que el Bizco se llamaba Enrique Guillén Carrascosa, y nació hacia 1910 ó 1912. De su niñez nada se sabe. Cuando aparece en la memoria de la ciudad, el Bizco está cantando por los corrales, por las tabernas, por los tranvías, aquellas sus primeras letras de protesta:

Me lo cogen y me lo prenden

al que roba pa sus niños,

y al que roba muchos miles

no lo encuentran ni los duendes

ni tampoco los civiles.

Andaba el Bizco con unos fieles acompañantes en sus versos de la hija del obrero, de los brillantes de perlas finas, del porque bebo y me emborracho: Mediante, Fregenal, Cernícalo, Tajaíta... Me cuentan, aunque no he podido comprobarlo ni Cobo lo dice, que Antonio Núñez "Chocolate" empezó cantando con el Bizco, de niño, pidiendo para el Bizco, no, para el Tuerto, por los estribos de los tranvías. Versos que se prolongaban sobre los veladores de las tabernas de mosto en botella encañada: el Bar Parreño, de Triana; el Kiosco Pozo; el Bar Campero, en San Bernardo...

Vallejo (ay, tenía que ser Vallejo, qué cantaor para una recuperación), Vallejo escuchó un día al Bizco,: cuentan que lo llevó a Madrid, a cantar en el Teatro Pavón. Pero el Bizco volvió enseguida a su chabola de Amate, a los estribos de los tranvías, al serrín de las tabernas. Un día de 1946, dice Cobo, estando debajo de un puente, se lo llevaron las aguas de una riada.

No sería el Guadalquivir famoso. Sería el Tamarguülo de perros y basuras el que se llevaría al Bizco a su gloria de cartones y latas oxidadas, en la que ahora, algunos, lo seguimos venerando.

 

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