Como la puntualidad es cortesía de Reyes, la Virgen tiene con Sevilla, cada agosto, la cortesía de las ocho en la Puerta de los Palos. Suena más alto y más silente que nunca el campanerío, los siseos acallan unas palmas a destiempo que se equivocaron de bulla. La Virgen está ante la Puerta de los Palos. Momentos antes has visto a don José Hernández Díaz en el Trascoro, y ahora, en la cara de la Virgen, recuerdas sus clases de Historia del Arte. A don José, cuando explicaba la sonrisa eginética se le olvidaba decir que así era la Virgen. O el Niño de la Virgen. No me explico cómo no hay más simpatía en Sevilla por el Niño de la Virgen, zapatitos de oro que su Madre le compró en la calle Córdoba el día que San Fernando entraba a conquistar la mezquita aljama, que fueron los últimos chicarros que vendió un Garach moro que se fue luego a las islas del Guadalquivir, porque no se quería ir.

No sé cómo el Niño de la Virgen no tiene más leyendas, más devotos. No le da el sol ya en la Puerta de los Palos. Le da sólo la luz. Quizá por eso sea más Sevilla, que cuando hay mucho sol tenemos poca luz del alma, que es la que alumbra.

-—A todo se acostumbra uno...

-—Ten en cuenta que la nostalgia del sol de agosto es ya un tópico. Los cielos que perdimos y los soles que perdimos -—me dijo Joaquín Romero, que lo vi comprando calentitos a Juana la del Postigo, rodete y zarcillos de oro, en el puesto de la calle Arfe.

No sé, decía, cómo el Niño de la Virgen no tiene más leyendas, no tiene devotos. ¿Le han visto la cara? ¿Le han visto la corona, con la guasa que el Niño tiene puesta la corona? ¿Y han visto la sonrisa del Niño? El Niño de la Virgen es el mayor guasón de Sevilla. El Niño de la Virgen es el Patrón de la Sevilla guasona. El Niño de la Virgen es muy nuestro. Se va riendo. Se va riendo del mundo, que es una forma muy sevillana de contemplar la vida. ¿Habrá visto cosas bajo el sol, que ya no es sol, el Niño de la Virgen. Por eso se va riendo de la manera que se va riendo. Sonriendo. El Niño es el símbolo de la guasa fina nuestra, la risa por dentro, el gesto que quiere estar lo más serio posible. Y sin perder la compostura, sin perder las maneras. El Niño es toda una medida de saber estar, en esta ciudad donde el saber estar es un arte. El Niño va viendo a los concejales socialistas, a los concejales conservadores, a los capillitas profesionales, a la gente que va de verdad y a la gente que va de mentira. Por eso el Niño se va riendo de esa forma que se va riendo. El Niño no es que nos conozca. El Niño es que nos tiene calados. Ningún sermón de ningún predicador barroco llegó nunca a explicar la omnisciencia divina como la explica, cada mañana de agosto, la sonrisa del Niño de la Virgen. No es omnisciencia. Es que nos va diciendo:

-—Titi, os tengo calaos...

Se ve, empero, en la sonrisa del Niño de la Virgen, que sabrán ustedes que es el mismo Niño que hecho Hombre nos ofrece cada año el gozo de la Semana Santa; se ve, empero, en la sonrisa del Niño que le parece bien cuanto ve, oye y toca. La plata, el tisú, el oro, la música, la propia brevedad de la mañana. El Niño se conoce tan bien a Sevilla que en la procesión de la Madre lo ha condensado todo. Breve recorrido, breve cortejo, apenas una hora para la contemplación y el gozo. Por eso el guasón del Niño se ríe. El guasón del Niño se ríe porque sabe que el rito de la procesión de la Madre le salió redondo. Sabe que sólo están los que tienen que estar. Sabe que Sevilla sigue siendo Sevilla. Por Matacanónigos, hasta parece que le hace un guiño de complicidad a algún conocido. Y sigue sonriendo. Este Niño es tan nuestro que nos tiene calados. Por eso hasta nos disculpará en primavera la gran fiesta de su Muerte entre tambores y humo de calentitos. Siempre en la cita de la puntualidad, cortesía de Reyes.

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