ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  15 de septiembre de 2016
                             
 
Giralda Brass

En Sevilla hay dos Calles del Infierno. A saber: la que ponen en la Feria, en los terrenos a los que descendió un Papa para beatificar a Sor Ángela y arrodillarse a portagayola ante nuestra venerada Pura y Limpia del Postigo; una Calle del Infierno efímera, como tantas cosas de Sevilla. Y hay una segunda Calle del Infierno, estable: la Avenida por antonomasia, a la que ahora le han puesto de nombre Constitución como antes le pusieron Queipo de Llano, José Antonio, Libertad, Gran Capitán, Génova y lo que quieran llamarle, como la oscura golondrina de la copla. Dicen que el Ayuntamiento de Monteseirín, sin que Zoido se atreviera a cambiar nada a pesar de sus 20 concejales, 20, convirtió la Avenida en un parque temático. Peor: en una Calle del Infierno, que va a más degradada cada día, si ello es posible, con el alcalde Espadas. Es literalmente la Calle del Infierno, pero del calor de las calderas del mismísimo Pedro Botero, pasar en pleno verano, a estos 44 grados que hemos tenido, por esa parte que va de Correos a la Puerta Jerez, sin un solo árbol, talados y abatidos todos los plataneros que había, de los que sólo se ha salvado el solitario, maltratado y peor podado que queda ante lo que fue Coliseo España y que ahora hay que mentar tomando como referencia la Bodeguita Casablanca. Me refiero al árbol que está delante de Casablanca, en ese páramo donde el arboricidio de Monteseirín fue peor que el Arborizoido de Almirante Lobo.

La Avenida es la segunda Calle del Infierno porque está llena de atracciones. Menos coches de choque, hay de todo. Hay una atracción muy divertida y entretenida: que no te coja una bicicleta, o te arrolle un patinador, o te pille el tranvía, o te pegues contra una silla de los veladores un porrazo en la rodilla tal que tengas que ir inmediatamente buscando las tablas de la consulta del Doctor Rafael Muela. Y luego están las cambiantes atracciones de las flamencas del colmao en su tablao Ikea bajo el magnolio de la esquina de la Puerta de San Miguel; o el bailarín solitario que se pone ahora ante el SAS, manifestódromo habitual de batas blancas mosqueadas; o la pareja bailonga de tangos y milongas delante del difunto Banco de Andalucía; o el sedente mendigo que pide para un Ferrari y un chalé en Marbella; o el de los ceniceros hechos con latas de Coca Cola. Por no citar a nuestro admirado Charro de Triana.

Pero la otra tarde iba por esta segunda Calle del Infierno y de pronto empecé a oír a lo lejos una música como celestial. Refinadísima. Inusual frente a tanta ordinariez y cutrez, tanto cani, tanta choni y tanto turista en chanclas y bañador. La música me sonaba a fanfarria para la boda del Emperador Carlos que citaba ayer. Siguiendo el rastro con el oído, llegué a la esquina de la Punta del Diamante, frente al Hombre del Incienso. Allí, un quinteto de metales interpretaba una música tan delicada e inusual que cerrabas los ojos y te creías en Oxford Street oyendo la orquestilla del Ejército de Salvación. Y veías la cerrada esquina del Horno de San Buenaventura y, cuando empezaban a tocar jazz, te creías que era el entierro de esa confitería según el rito musical de Nueva Orleáns. Sólo faltaba la sombrilla que siempre lleva un negro zumbón bailando alegre el bayón mortuorio. Lo mismo tocaban Purcell que Haendel, música de película que tangos de Piazzola, clásicos de Los Beatles que de Verdi.

¿Quiénes son estos cinco muchachos que con sus atriles y sus instrumentos de metal llenan de una delicada música de ensueño la degradada y horrorosa Avenida? En el cartel de la funda instrumental de recoger las propinas de la voluntad ponía su nombre: "Giralda Brass". Y luego he sabido el de sus componentes, que pongo aquí como en un cuadro de honor, por cómo con su música celestial salvan a la Avenida de la degradación de Calle del Infierno que padece. Son Fernando Beltrán y José Valero, trompetas; Irene de la Orden, trompa; Ignacio Navarro, trombón de varas y Marco Antonio Triguero, tuba. ¡Música, maestros, que nos hacéis soñar que en vez de la espantosa Avenida estamos en Londres o en cualquier ciudad no tan acatetada, choni y autodestruida como Sevilla!

 

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