ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  16 de octubre de 2016
                             
 
Mi Nobel para Rafael de León

 Sé que, como dice todo el mundo en esta hora, la respuesta está en el viento. No hablo del levante ni del poniente, los dos novios que se pelean por esa novia que pretenden y que se llama Cádiz. Hablo del viento del pueblo de los versos de Miguel Hernández. El viento del pueblo que sigue cantando sus coplas y se las sabe de memoria, enteritas. El viento que esas coplas lleva, a la lima y al limón, cuando en Sevilla hay una casa y en la casa una ventana y en la ventana una niña. El viento que trae el estribillo que los niños cantan a la rueda, rueda, y que, con La Lirio, se saben la verdad del cuento: que los ojos verdes son exactamente como la albahaca o como el verde, verde limón, y que se han clavaíto en el corazón de un pueblo. Sé que está en el viento la respuesta con la voz de carne membrillo de la Niña de la Estación o con la voz con corona que sale de un landó con dos caballos, a la pregunta que voy a hacerme y que merece los honores del "¡presenten armas ortográficas!" de los dos puntos y aparte:

Si a Bob Dylan le han dado un Nobel de Literatura, ¿cuántos tendrían que haberle concedido a Rafael de León, el máximo poeta popular español de todos los tiempos?

 Respondo con la tristeza doliente y cansada del acordeón: nunca le dieron premio alguno. Es más, le concedieron el contra-Nobel del desprecio en vida. Y eso tan español de su ascensión gloriosa a los altares de la veneración cuando ya había muerto y no podía dar envidia a nadie. No le dieron ningún premio en su vida. No recibió más que el desprecio de la poesía oficial. Como me honró con su amistad, cuando cada domingo me llamaba desde Madrid me decía:

-- Antoñito, hijo, por lo visto yo no escribo versos, sino berza.

Incluso había en Málaga un poeta de los oficiales, fijo de plantilla, que se llamaba Rafael León y que repetía:

-- Cuidado, que me llamo Rafael León, sin "de", no me vaya usted a confundir con Rafael de León.

¡Qué más hubiera querido, que sus versos hubieran tenido la mitad de la calidad y popularidad de las diez mil canciones que escribió Rafael! ¿Verdad, querido Santiago Castelo que ya estás junto a nuestro admirado Tío Rafael en la gloria del cielo de los poetas? A Rafael de León nunca le perdonaron el éxito, ni que ganara dinero con sus canciones desde muy joven, cuando su tutor el Maestro Quiroga, que lo tenía de pupilo en su academia de Madrid, llamó a su padre a Sevilla, al conde de Gómara, y le dijo:

-- Señor conde, ya no es menester que le mande más dinero al niño. El niño ya puede vivir de las coplas que ha escrito.

Las coplas que había escrito el niño eran, ni más ni menos que "Bajo los puentes del Sena" que cantaba Raquel Meller, o "María de la O" que cantaba Estrellita Castro. Y eso en España muy difícilmente se perdona. Rafael de León conoció, y soy testigo, la amargura del desprecio. Siendo el primogénito de su familia y llevando los títulos de la casa, la Real Maestranza de Sevilla nunca lo hizo caballero, como a recibió a todos sus hermanos. Murió sin que se cumpliera su sueño de que lo declarara Hijo Predilecto esa Sevilla que nunca se le cayó de los labios en sus canciones. Por más que lo intentara el alcalde Luis Uruñuela, sus socios municipales comunistas y socialistas se opusieron. Al darle la mala noticia, me dijo: "¿Cómo me van a hacer, si soy de derechas, monárquico, gordo, feo y encima mariquita?". Aunque lo tacharon de franquista, la dictadura no le concedió condecoración alguna, ni Alfonso X el Sabio, ni la Medalla de Bellas Artes, ni la de Andalucía, ni el Príncipe de Asturias. Nada. Pero no te preocupes, Tío Rafael: ya te habrá dicho de mi parte Santiago Castelo en vuestro cielo de los poetas que la voz del pueblo te sigue dando cada día el Nobel de emocionarse con tus canciones, que sigue cantando y se sigue sabiendo de memoria.

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