ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 17 de diciembre de 2016
                             
 

Enrique Pavón llega al Paraíso

Lo conocí en una ya lejana Feria del Libro de la Plaza Nueva, firmando ejemplares de mi "Guía Secreta de Sevilla". Llegó a la caseta, compró el libro y me lo dio a firmar. Le pregunté su nombre para la dedicatoria y me dijo:

-- Haga usted el favor de ponerme que es para El Verdugo de Sevilla, servidor de usted: Enrique Pavón Bellver, macareno y con tres cortes, derribista. Y llevo muy orgulloso ese título de Verdugo, como otros andan presumiendo de marqueses, porque ¿sabe usted quién me lo concedió? ¡Nada menos que don Joaquín Romero Murube!

Y con su ejemplar firmado bajo el brazo, bajo los naranjos de la Plaza Nueva se fue hacia la calle Parras el trabajador, el honrado, el ingenioso, el generoso, el macarenísimo Enrique Pavón, gracia para parar el Tren de los Panaderos de Alcalá, con quien luego tuve el honor de intimar, aunque, eso sí, quede con él como un cochero, porque nunca acepté sus generosas invitaciones a su rumbosa casa de la calle Parras: ora en la mañana del Viernes para ver pasar desde sus balcones de saetas a la Esperanza que nunca pasa, porque siempre se queda en nuestros corazones; ora en la tarde del Jueves, para ver llegar victoriosa a la Centuria Macarena para recibir el alivio de gloria bendita que le daba Enrique en su recorrido hacia su certísima derrota ante el Gran Poder, sonando "Abelardo" más del barrio y antiguo que nunca.

A quien demolió media Sevilla le ha derribado la vida, ay, la piqueta de la muerte, que tiene la forma de la guadaña de La Canina. Reconozco ahora en homenaje a Pavón el mérito del alcalde García de Vinuesa, que derribó puertas y murallas sin contar con Enrique. Reconozco, ahora que se nos ha ido este gran caballero macareno de la Real Maestranza del Trabajo, el mérito del Conde de Halcón, que en los derribos de los ensanches previos a la Exposición del 29 se ganó el título de Alcalde Palanqueta sin Verdugo de Sevilla alguno al lado. Anda que si aquellos alcaldes hubieran contado con Pavón, la que hubieran liado... Habrían dejado a Sevilla "como la palma de la mano". Que era su frase profesional preferida. Cuando Pavón cruzó la Verja de Gibraltar para derribar unos viejos cuarteles a los ingleses, le comenté si le iba a meter mano también al Peñón. Con su gracia macarena me dijo:

-- Porque eso no es comercial, pero yo cojo el Peñón y se lo dejo a usted como la palma de la mano.

La palma de la victoria del trabajo, del esfuerzo, de la modestia. La palma de su inmarcesible devoción macarena, estuviera peleado o no con la junta de turno, siempre fiel a su Esperanza. Gran amigo de sus amigos. Había sufrido y currelado lo suyo. Aprendiendo con pantalón corto su supremo arte de cortar jamón en el ultramarinos de su padre; chalán en el Jueves, vendiendo lo que se terciara; emigrante de maleta amarrada con guitas en la Mercedes Benz de Stuggart, con lo lejos del Arco que está Stuggart. Cómo acabaría Pavón de harto de Alemania, que al volver rompió el pasaporte para no ir nunca más allá de la Plaza del Duque, donde se ganó a golpe de piqueta el título que le concedió Romero Murube desde el Alcázar. Tenía Enrique arte hasta para decir: "La única vez que pisé la Universidad fue para derribarla". Óle. Guardaría la llave de la vieja Universidad de Laraña. Porque como los sefarditas las de sus casas de Toledo o de la Judería sevillana, Enrique Pavón guardaba como trofeos de guerra del currelo las llaves de todas las grandes casas y edificios históricos de Sevilla que había derribado. Seguro que con una de ellas, la llave maestra de la Basílica, que se la dio en mano su Esperanza, ha abierto él mismo las puertas del Paraíso, para llegar al eterno besamanos de su bendita Virgen, y que allí lo han escoltado Juanita Reina y Pepe el Pelao. Y estoy seguro que, al entrar, le ha dicho a San Pedro:

-- Oiga usted, San Pedro: estas puertas del Paraíso no están de recibo para este lugar. Si usted me lo permite, le voy a mandar yo desde mi almacén unas que tengo, las puertas de la casa del Marqués de Aracena en la Plaza del Duque, que sí que van a quedar aquí de dulce...

 

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