ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 17 de enero de 2017
                               
 

Otros comercios, otra Sevilla

Estábamos en la Avenida, junto al cerrado Horno de San Buenaventura, delante de algo que apenas hay en Sevilla, un tipo de negocio que no se estila, deberían de abrir por lo menos un par de ellos en Sevilla: una heladería.

-- Se le ha olvidado a usted meter la reductora del "Modo Ironía ON". Que como no pillen su pitorreo, capaces son de abrir dos heladerías más en Sevilla.

No, si las van a abrir de todas formas, no se preocupe. Y no en un local de un edificio nuevo, sino donde antiguamente estaba un negocio tradicional que acabe de cerrar. Como han cerrado en Madrid las cafeterías Nebraska, que sí que eran tela de clásicas para los que íbamos a la capital del Reino a hacer el cateto y nos tomábamos en una de ellas el "plato combinado", algo de lo que en Sevilla la Cadena Catunambú hacía un arte en el Coliseo o en el Gran Almirante y que se ha perdido completamente. Aquí, menos la vergüenza en los políticos, el despilfarro del dinero público y la insolencia de los niñatos canis que no conocen la educación, casi todo se ha perdido. Sevilla es ahora "El libro de las cosas perdidas", como se llamaba aquella colección de versos de Rafael Montesinos, que anda que ponía malamente los títulos, como aquello de "La verdad y otras dudas".

Estábamos en la Avenida, junto al cerrado Horno de San Buenaventura, donde dentro de nada abrirán la franquicia número 15.469 de las que han inaugurado últimamente en el centro. Y un amigo que hacía tiempo que no pasaba por allí, me dijo, mirando la acera que va de Bayona a la calle de la Mar (traduzco: de Sánchez Bedoya a García de Vinuesa):

-- ¡Como cómo ha cambiado toda esta acera! Lo que no es una heladería de franquicia, está cerrado.

Como media Sevilla de locales comerciales. Lo que no es una franquicia, es un local cerrado, al que el Ayuntamiento le cobra tasa de basura, como si la echara. Y mientras, la gente, yendo a comprar a un fáctory donde Colón perdió el gorro, ora más allá del aeropuerto, ora en Dos Hermanas, en vez de a los clásicos del comercio sevillano para que nunca cierren: Galán, O´Kean, Ibáñez, Shaw, la Papelería Ferrer, la Confitería La Campana, Jardilín, Maquedano, la Corsetería Modelo, Bazar Victoria, Casa Velasco, Cordonería Alba, Casa Rodríguez, Marcos Venecia o a docenas más de esforzados comerciantes de toda la vida, que de generación en generación han mantenido unos negocios que con la sola presencia de sus escaparates nos dicen que estamos en Sevilla y no en Copenhague, que es lo que está pareciendo el centro con tanta franquicia. ¿Por qué las autoriza el Ayuntamiento? ¿No tiene la Colau en Barcelona un plan para que el turismo no acabe cargándose a la Ciudad Condal? ¿Por qué no establece el Ayuntamiento un plan rígido de normas estéticas de escaparates y fachadas comerciales, para que la uniformidad de las franquicias no acabe cargándose a Sevilla, a su paisaje urbano, como lo está destruyendo?

Cierra el comercio tradicional y con él, además, se va hasta un lenguaje. Ya no hay mancebos en las farmacias, ni aprendices en los comercios, ni triciclos de reparto. Ahora son auxiliares de farmacia, becarios o logística, ¡toma ya! ¿En qué tienda de tejidos de las pocas que quedan, como la de Pepe Curado en la Cuesta del Rosario, pregunta una señora si la pieza es de doble ancho? ¿Quién sabe ya qué es una gruesa de botones? ¿Cuánto hace que no ve usted en un comercio un letrero que ponga "Ventas al por mayor y detall"? Hasta La Venera, con lo clásica que era, se la cargaron las obras para dejarla "tóa enlosetá", como dice Carlos Colón. Y mientras, los conventos hundiéndose, y gastándonos en la mal llamada "Casa Fabiola" una millonada con la que, de momento, se salvaban de la ruina Madre de Dios y San Leandro. Lo que entendíamos por Sevilla se ha ido al garete y lo triste es que nadie hace nada por impedirlo. Y el Ayuntamiento, menos. Sólo Adepa, y pare usted de contar.

 

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