ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 21 de enero de 2017
                               
 

No voy contra Trump

Bienvenidos a este oasis de paz, un artículo donde no se pone como los trapos a Trump, sino todo lo contrario. Y donde únicamente se le critica porque, existiendo un santoral tan extenso, a su puñetero padre no se le ocurrió otra cosa que ponerle al niño el mismo nombre que al Pato Donald. ¿Tan aficionado era a Walt Disney como para hacerle al niño esa faena? Es como los padres sevillanos que en una época en la que estaba de moda le pusieron a su hijo Jonathan. Una trastá. Incluso hay un torero levantino que se llama así, Jonathan Varea. Por lo que el hombre se pone en los carteles sólo el apellido como nombre artístico: Varea a secas. Me ha contado Rocío de la Cámara que el otro día, que estuvo tentando en su casa, Varea le confesó:

--- Ganadera, ¿usted cree que en los carteles se puede anunciar un torero que se llame Jonathan?

Ni me lo imagino. Como no me imagino el título de una crónica taurina al hilo de las tablas de Corrochano con Cayetano y Ronda, que se titulase: "Es de Castellón y se llama Jonathan". Bueno, pues a lo que íbamos al comienzo, a lo de Trump: "Es de Nueva York y se llama Donald". Como el pato. Pero no se trata del pato, sino del tigre. La progresía mundial le está dando la del tigre desde que lo eligieron libremente los americanos: leña al mono del tío del tinte al que se le fue la mano con la camomila. Y ayer, ni te cuento la que le liaron no sólo en Washington, sino en el mundo entero. No hay nada que vista hoy más ante la progresía que largar fiesta contra un señor como Trump que los americanos han elegido libremente. Y sobre el que algunos, que nos hemos situado en la otra orilla de esta corriente dominante y arrasadora, esperamos que no todo sea como lo pintan y nos dé muchas buenas sorpresas. De momento me encanta eso del "jornal para los nuestros", en plan Padilla Crespo, que le ha aplicado a la Casa Ford: "Si fabrican ustedes los coches en México en vez de dar trabajo aquí, los voy a crujir a aranceles". También cuando eligieron a Juan XIII largaba la gente, que si tal y que si cual, y fíjense el cambiazo que le pegó a la Santa Madre Iglesia.

Y aquí quería llegar, a la Iglesia y a la fe religiosa. Que los americanos no tienen cobardía alguna en proclamar. De momento, en sus monedas ponen "In God we trust". Que traducido resulta poco menos que aquel "Corazón de Jesús, en Vos confío" de los antiguos detentes. Y la ceremonia de jura del nuevo presidente empezó con su asistencia oficial a un servicio religioso en la Iglesia Episcopal de St. John´s. No como señor particular, no, sino como presidente de los Estados Unidos. ¿Se imaginan aquí que la toma de posesión de un presidente del Gobierno comenzara con una misa en La Almudena? ¿Qué dirían los progres? Fue la proclamación de Don Juan Carlos I como Rey y hubo una misa en Los Jerónimos, con la histórica homilía de Tarancón, pero proclamamos a Don Felipe VI y me parece que en las Cortes hasta quitaron el Crucifijo, por el qué dirán. Trump juró ayer su cargo sobre la Biblia, como manda la tradición de un país que no ha arrasado con las suyas, ni se ha acobardado ante la ola laicista. Lo hizo ante dos Biblias, dos, por falta de una: la suya, que se llevó de su casa, y la oficial e histórica de la Casa Blanca, sobre la que Abraham Lincoln juró su cargo y lo hicieron todos los sucesivos presidentes. Y juró, no "prometió". Como habían jurado, no prometido, los presidentes que la progresía mundial tiene por referentes, como Kennedy o como el saliente moreno Obama, quien por cierto ha aprovechado muy a la española los últimos días de su mandato para meter todas las bacalás posibles y jugar unas cuantas jangás al que viene.

Yo, ¿que quieren que les diga? Me cuento entre los que razón de más que la progresía mundial esté contra él para que me ponga a favor del que tiene nombre de pato de Walt Disney. Y una vez más siento envidia de los americanos, que no se avergüenzan de Dios, ni de su Biblia ni de sus sentimientos religiosos. Vamos, igualito que aquí, ¿no, arzobispo Asenjo?

 

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