ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 30 de marzo de 2017
                               
 

Días de impaciencia

No sé si, Cuaresma aparte, tiene nombre propio en el calendario litúrgico, ni en la cuenta de la tiza de Casa Ricardo que va apuntando los días que faltan para que Esto Ya Está Aquí. Como, antes que se le averiara, mecachis, tenía Rogelio Gómez en La Flor de Toranzo un reloj electrónico puesto en modo de cuenta atrás, que decía a lo largo del año, con exactitud como suiza, o como de cruz de guía, o como de alguaciles en la puerta de cuadrillas, los días, las horas, los minutos y los segundos que faltaban para...que El Baratillo estuviera el Miércoles Santo en la calle Adriano. Y que se mueran los feos, compadre.

Así que no sé cómo se llama en el almanaque de la liturgia o en la cuenta atrás de los relojes cofradieros sevillanos esta semana que va del Domingo de Letare al de Pasión. Qué cómo será de Divino y de Perfecto ese Señor de Pasión que va caminando sobre la plata que repujó Cayetano González, que tiene hasta su propio Domingo. Y para celebrarlo, hay un sevillano que cada año se sube a un atril mágico y con todo el lirismo a flor de piel como corresponde a la festividad del día nos hace el recorrido por la ronda sentimental de lo que se avecina, vecina: vaya usted encargando en la parroquia la palma nueva para ponerla en el balcón con los lazos de seda con los colores de su hermandad.

Así que no sé cómo se llama esta semana que hoy va por sus comedios. Para mí que es la Semana de la Impaciencia. Los días de la impaciencia. Sí, todavía es Cuaresma, pero muy poco ya, a ver si usted me entiende. Falta ya tan poquito... Son tan evidentes los signos de que la Madre Sevilla va a romper aguas y va a parir la Semana Santa, que los noveleros sevillanos nos ponemos en estado de impaciencia. ¿De los nervios? Pues sí. Un poquito tocados de los nervios andamos ya todos, medio loquitos, pensando cada cual en sus preparativos, en el planchado de su túnica, en la silla de su abono en la calle Sierpes, en ese momento que en esa esquina de siempre verá en su barrio de entonces la misma cofradía que contemplaron sus abuelos, sus padres. Es tanto lo que se acerca que no lo podemos imaginar pacientes, sentados a la puerta de tu casa para ver pasar el cadáver de tu Amigo, como se ponía mi ahijado El Pali, empernacado en su silla en la acera de la calle Aduana, esperando a su Cristo de la Buena Muerte y viendo la cofradía de cruz a preste. Seguro que el difunto Pali, por estas fechas de aquellos años, ya estaba preparando la silla para sacarla a la puerta de su casa para ver pasar al Cristo, Cristo de la Buena Muerte. Que así dicho ¿hasta suena a una de sus sevillanas cofradieras, preguntando de quién es esa cuadrilla con el Arco del Postigo al fondo?

Y si todos tenemos esta impaciencia en el alma, como chavales, como niños que acaban de sacar del cajón donde se la guarda su madre la bola de cera de todos los años, en el eterno retorno a la infancia que es siempre la Semana Santa (¿verdad, Paco Robles?), nada digo de las hermandades de penitencia. Son días de impaciencias interiores, que nos perdemos los que no pertenecemos a ese paraíso, jardín cerrado para pocos, que es una cofradía por dentro. Vemos a las cofradías en la calle, de capa o de cola, de barrio o del centro, esplendorosas, ejemplares, sacando el tesoro vivo que llevan hasta la Catedral cada año. Pero desconocemos, ay, los ritos interiores, las tradiciones internas de cada hermandad. Esa forma de su subir al Crucificado al paso, sin que entere nadie, ya de noche, en que el templo se convierte en auténtico cuarto de los cabales. Esos priostes que ponen a la Virgen bajo su palio, entre un silencio que reza, una penumbra que la venera. Ese paso que se va armando como luego andará por la calle a la voz del capataz: "¡Mú poquita a poco, no correr!". Qué difícil no correr en estos días de la impaciencia, de los nervios, de querer aferrarnos a la certeza de que todo será como siempre fue. Y como seguirá siendo. Y aunque todo será como siempre fue y como seguirá siendo, tenemos todos por dentro una nerviosera ya de la impaciencia...

 

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