ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 2 de abril de 2017
                               
 

La guerra de nunca acabar

Escribo en el día primero del florido mes de abril. El que hace mucho tiempo, muchísimo, yo creo que siglos, era llamado el Día de la Victoria. No una Victoria como la de Churchill, con los dedos índice y corazón haciendo su V inicial. Era una Victoria de andar por casa. Incluso socorridísima para enmendar la Historia, que es una gran afición de los españoles. ¿Los toros, dice usted? No: la gran Fiesta Nacional es reescribir la Historia, amañarla, manipularla, enseñarla torcidamente a los escolares. En este hispanísimo uso y costumbre, como corrían por aquellos entonces que evoco tiempos y mentalidades a los que no era nada grato evocar la Monarquía que España había sido, la Victoria vino divinamente a efectos del eterno manto de Penélope del callejero. ¿Que había una avenida dedicada a la Reina Victoria? Se le quitaba lo de "Reina", se dejaba simplemente en "Avenida de la Victoria" y listo.

Cuanto estoy evocando verán que es completamente incorrecto desde el punto de vista de la Nueva Inquisición Progre, en la que, por ejemplo, debes burlarte del asesinato de Carrero Blanco y con ello no eres un despreciable personaje, sino un héroe civil. Y cuando más ignominioso sea tu chiste sobre aquel asesinato de la ETA, mejor. Chistes tristísimos, no sólo de la gentuza. A veces son los muy democráticos ayuntamientos los que se gastan esas tristes bromas sobre el Almirante Carrero. En Sevilla, por ejemplo, se le quitó la calle a una víctima de la ETA, como si esto fuera Hernani, y No Passsó Nada. Se le quitó al almirante asesinado por la ETA su Avenida de Carrero Blanco y no ocurrió nada. Usaron, eso sí, la coartada de poner sobre el rótulo de su nombre el de Adolfo Suárez, a pesar de la negativa de su familia y de una carta pública de don Adolfo Suárez Illana en tal sentido. Nada, nada: hay que reescribir la Historia. Es lo español. A Carrero no lo asesinó la ETA, sino que murió de un infarto, y la guerra nunca la ganaron los nacionales ni hubo nunca un Parte de la Victoria fechado el 1 de abril.

Porque estamos en otra guerra. De nunca acabar. He citado a Suárez. Aunque pongan su nombre como justo homenaje por las esquinas, han desmontado lo principal y más delicado de su obra: la voladura controlada de la dictadura, la reconciliación nacional, la concordia constitucional, la adopción de la rojigualda como la bandera de todos los españoles, legalizado PCE incluido. Lo resumo con otras palabras: el Rey y Suárez lograron todo lo que tiró por la borda el insensato de Rodríguez Zapatero. A Rodríguez Zapatero no le gustaba que para los españoles el 18 de Julio fuera ya un día más en vísperas de las vacaciones. O que este 1º de Abril en que escribo fuese sólo un hermoso día en que los naranjos están en flor y cada cual se dispone a celebrar la Semana Santa a su manera, ora por lo religioso y procesional, ora por lo laico, playero y vacacional. Rodríguez Zapatero se empeñó en tener su propio Día de la Victoria, dándole la vuelta al calcetín de la Historia. No abrió las fosas comunes de la guerra, no, fue algo peor: exhumó los odios que la concordia nacional había enterrado para siempre con la Monarquía del Rey de Todos los Españoles, de Don Juan Carlos I. Para alzamientos nacionales, el de Rodríguez Zapatero, que puso otra vez en armas, aunque fuesen armas demagógicas y manipuladoras, a media España contra la otra media. Odio. La palabra es odio. Nos dejó un horizonte de puños cerrados por el odio, puños que parece quieren rompernos la mandíbula a los que no nos sometemos a la tiranía de la inquisición de lo políticamente correcto...o defendemos la verdad de la Historia. La verdad de la Historia es que la guerra la ganaron los nacionales y la perdieron los republicanos. Ocurrió un 1º de abril. Pero no me hagan mucho caso. Ese día empezó la guerra que quieren ganar ahora. Sí, ahora.

 

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