ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 2 de mayo de 2017
                               
 

Caseta de los Niños Perdidos

Isabel anda mirando el plano de la Feria para buscar dónde está la caseta del almuerzo al que nos han convidado y me dice:

-- Mira qué bonito: "Caseta de los Niños Perdidos"...

Y me acuerdo inmediatamente de Manuel Mantero. De un poema de su libro "Equipaje" (2005) que se titula precisamente así, "Caseta de los Niños Perdidos" y que lleva por subtítulo hasta las señas del plano de la Feria: Gitanillo de Triana, 126. Manuel Mantero, que anda buscando a Sevilla cada día desde la lejana Georgia americana, se encontró a sí mismo, un día de Feria, en este poema, cuyo final no me resisto a transcribir. Es un cuadro que si lo pintara Nuria Barrera a modo del cartel de las Fiestas se titularía "Interior de Caseta de los Niños Perdidos". Dice Mantero: "Desordenados de exilio/juegan los niños o lloran/esperando la llegada/de los padres. Hay un niño/retirado, silencioso,/de ojos claros que me miran/fijamente, y yo lo miro./No es un niño, es un espejo".

El poeta Manuel Mantero tiene el mérito de ser el único sevillano, que yo conozca, que se ha sentido en la Feria aquel niño antiguo que fue, como todos solemos estar retratados en las casas de los padres y de los abuelos en fotos viejas de los cacharritos, o de flamenca, o en Villa Ratita, en las que ni nos reconocemos.

Me apasiona hacer paralelismos entre la Semana Santa y la Feria. De ahí que me haya venido a la memoria ese poema genial de mi querido Manuel Mantero, tan cerca siempre de mi recuerdo como él de su omnipresente Sevilla. Aparte de que la Feria apenas tiene literatura, frente a la muy lírica Semana Santa, todos nos sentimos niños cuando suenan tambores y cornetas, pero no cuando se oyen cascabeles y sevillanas en las casetas. ¿Por qué en Semana Santa todos volvemos al niño que fuimos y nunca en Feria? La Semana Santa nos hace volver siempre a la nostalgia. En Feria no hay nostalgia. Ni del Prado la tienen los más mayores. Y nadie se siente niño; no hay retorno a la infancia, ni a los recuerdos. Casi no sabemos lo que somos ahora. En el mejor de los casos, en la Feria volvemos a ser muchachos de novia primera, nunca niños. Y es curioso que en los recuerdos de las casas pasa todo lo contrario: todos tenemos de chicos más fotos de Feria que de Semana Santa. De Semana Santa quizá sólo aquella vestida de nazareno que nos hicieron la primera vez que vestimos la túnica con la que nos amortajarán. Pero de Feria todos tenemos multitud de fotos de cuando éramos niños. ¿Será que el niño que fuimos se ha quedado en esas fotos, en esas cajas de viejos retratos, y no en el corazón, como nos ocurre en Semana Santa?

Niños perdidos... Y nunca hallados. Manolo Mantero se encontró a sí mismo cuando miró en el espejo de la Caseta de los Niños Perdidos. Los demás estamos tan perdidos y metidos en la Feria, en el presente, en la herida del tiempo con albero, que ni siquiera somos aquel niño que llevaron un día de la mano vestido de flamenco a la Calle del Infierno para montarse en los cacharritos. Ay, la Calle del Infierno sería el paraíso de la nostalgia si la Feria tuviera las mismas claves del paso del tiempo que sentimos en Semana Santa. En Semana Santa, el sevillano siempre vuelve a aquella esquina donde estuvo de niño, y parece que escucha las mismas cornetas de entonces. En Feria no vuelve por la Calle del Infierno hasta que lleva a sus hijos o a sus nietos. En este caso, viéndolos gozar, no siente nostalgia de su propia perdida y lejana alegría infantil. La Semana Santa está anclada en el ayer de nuestros corazones y la Feria está en los sentimientos tan efímera como la lona de las casetas o las bombillas de la portada. En Semana Santa todos somos los niños perdidos que nos encontramos a nosotros mismos. En Feria sólo el poeta Manuel Mantero se encontró, perdido, al niño que fue.

 

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