ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 7 de julio de 2017
                               
 

Plaza de La Esmeralda

Se me vino a la cabeza en cuanto leí la noticia, pero antes que yo debió de leerla el pintor Ricardo Suárez. Anunció en las redes sociales, lleno de orgullo (y nunca mejor dicho), el alcalde Juan Espadas: "La Junta Municipal de Distrito Casco Antiguo decide por unanimidad nombrar una zona de la Alameda de Hércules como Plaza Pedro Zerolo". Y le faltó tiempo a Ricardo Suárez preguntarse en voz alta lo que nos planteamos muchos: "¿Pedro Zerolo? Mucho mejor hubiese sido homenajear a un sevillano como Alfonso Gamero Cruces, conocido popularmente como La Esmeralda". ¡Choque usted esos cinco! Pero como esta ciudad nuestra es como es, mientras entre los fastos de las fechas dedicadas al movimiento LGBT se decidía rendir homenaje a un personaje de Madrid, que en la capital del Reino hasta le quitaron el nombre a la plaza de Vázquez de Mella para ponerle el suyo, semanas antes, en nuestra ciudad, el mismo Ayuntamiento que tal honraba a ese personaje, respetabilísimo entre otras cosas porque ya falleció... Aquí, decía, contradictoriamente, al Ayuntamiento se le llenaba la boca en vísperas de Feria anunciando que le quitaba la licencia a la otrora famosa Caseta de La Esmeralda, todo un desafío y una provocación de "visibilidad gay" en la Sevilla de los 70 y los 80.

¿Tan fuerte ha sido la relación de Pedro Zerolo con Sevilla como para merecer que lleva su nombre, según la información municipal, "la zona de la Alameda de Hércules que comprende los números 8, 12, 13, 14 y 15". Si Pedro Zerolo merece que le dediquen parte de la Alameda, para mí que Alfonso Gamero Arcos, La Esmeralda de Sevilla, por su provocaciones, por su procacidades, por sus ejercicios de libertad en el modo de entender cada cual lo que tiene por conveniente en materia de sexualidad, merecería no una parte que apenas integra cinco portales, sino la Alameda entera, con sus Hércules y sus Leones, y hasta con el recuerdo del puestecillo que tenía La Malena; y donde estaba la mecedora de Doña Gabriela, la madre de los Gallos; y donde la cama de plata de matrimonio de Dora la Cordobesita, la mujer de Manolo Chicuelo.

Vuelvo a afirmarme en cuanto dije cuando a La Esmeralda le quitaron la caseta: "Que yo sepa, ninguna organización LGBT ha protestado. Ni le ha reconocido su inmenso mérito a La Esmeralda, travestí transgresor absoluto, precursor de la libertad sexual sin más bandera arcoiris que los volantes de su falda de flamenca, cuando en su venta de la carretera de La Algaba o en su caseta de la Feria actuaba con "sus flamencas", como La Soraya o La Tornillo. En 1981, cuando nada de esto (entonces de la cáscara amarga) estaba de moda, Joaquín Arbide tuvo el valor de hacerle un documental biográfico a Alfonso Gamero Cruces, que tal es su nombre: "La Esmeralda, historia de una vida". En su sinopsis decía: "La Esmeralda vivió en una época donde las cosas aún eran más difíciles de lo que son hoy. Una sociedad poco avanzada, reticente a los cambios, cegada por los dictámenes de la Iglesia Católica. La Esmeralda no tuvo ningún tipo de inconveniente en salir a la calle con su peculiar y característico aspecto, su pelo rizadísimo a lo afro en perpetua permanente, sus fuertes rasgos fáciles definidos con un fuerte maquillaje, sus imparables gestos y su lengua despiadada y ligera. La Esmeralda rebosaba gracia por donde pasaba. Inició el camino para muchas transformistas que han seguido la senda de la copla, incluso hoy. Su personalidad y arte emana kitsch en todos los sentidos de la palabra. La Esmeralda reivindicó derechos y libertades en épocas muy difíciles, lo hizo como mejor supo, llevándolo a la práctica: sin esconderse y sin reprimirse".

Así que como parte de la Alameda es ya la Plaza Pedro Zerolo, somos muchos los sevillanos que en justicia decimos como recuerdo y reclamación: ¡Viva la Esmeralda! La antigua planchadora de Marifé de Triana, en tiempos de persecución, sí que le dio "visibilidad", como se dice ahora, a su modo de entender el sexo, provocativa, visceral, pasional, atrevida y deslenguadísima. ¡Y con todo el arte macareno del mundo!

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