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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 24 de octubre de 2017
                               
 

Entierro con charanga

Me extraña bastante que en esta ciudad donde se celebran tanto las vísperas de todo, casi más que la propia fiesta (y a la larga Cuaresma que dura ya casi todo el año me remito), no haya nada que anuncie que estamos en puertas del que siempre se llamó "el Mes de los Muertos". Ese noviembre en que Sevilla es tanta Sevilla, tan íntima, tan suya, sin grandes fiestas, con la tradición de la Procesión de la Espada, la Lobera del Rey San Fernando que en la intimidad catedralicia se pasea por últimas naves con el Pendón de la Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Invicta y Mariana Ciudad. Dicho lo cual (verán que domino el Tertulianés como nadie), me corrijo a mí mismo, y digo que este año el Mes de los Muertos no solamente ha tenido una celebración de vísperas, sino hasta como un bando anunciador, cual los que recorren al atardecer los itinerarios de las procesiones de gloria o sacramentales de los barrios, e incluso la de la Virgen de los Reyes, que aquí tiene bando hasta la Patrona de la Archidiócesis. La víspera y bando del Mes de los Muertos ha sido excepcionalmente hogaño ese entierro celebrado con música de charanga, que sonó hasta las puertas mismas del cementerio por voluntad expresa del difunto, don David Polvillo, que en paz descanse, conocido por sus amigos como "El Polvi", de quien cuentan era persona tan animada y alegre que dijo algo parecido a lo que muchos sevillanos expresan oralmente como última voluntad escriturada en la barra de un bar:

-- Cuando yo me muera, no me lloréis, sino que lo que quiero es que os toméis unas copas en mi memoria. Y si cogéis una papa funeral muy simpática, mejor que mejor.

No sé qué charanga sonaría en el entierro del señor Polvillo. Sería quizá alguna modelo Banda La María, que no falta en muchas celebraciones de los barrios, y que nada más mentarla estará usted oyendo el "aaaah" coral de "Paquito el Chocolatero", lo menos funerario y triste que se despacha. Pero a mí esa charanga en un entierro me suena ahora literariamente como el Bando del Mes de los Muertos con humor negro. La ciudad del Valdés Leal de las Postrimerías y de los entierros de La Caridad, severos e impresionantes por su sencillez, tiene una propia y barroca cultura de la muerte, que llega hasta a sus expresiones populares. Acuérdense, si no, de las últimas voluntades de El Pali, que no eran con charanga, sino cantadas en sus sevillanas: "El día que yo me muera/que no llore El Baratillo,/ni mi Piedad y Caridad,/ni mi Arco del Postigo./Sólo le pido a mi Dios/de que no repique a duelo/la torre de la Giralda/y tapen mi cuerpo frío/Con mi bandera de España".

En punto a los entierros como parte podríamos decir "procesional" de nuestra cultura de la muerte, aún me estoy acordando del pobre de Miguel Loreto, el capataz del Cristo de la Sentencia, óle el arte macareno, que llevaron al cementerio a la antigua usanza: en un coche fúnebre tirado por caballos negros con gualdrapas y plumeros negros, y que me recordó la sevillana que tanto divertía al gran artista sevillano del humor negro, al dibujante y director de cine Manolo Summers: "Se diga lo que se diga,/qué bonito es un entierro,/con sus caballitos blancos/y sus caballitos negros,/con su cajita de pino,/ y su muertecito dentro". Barroco puro fue el entierro macareno del gran Miguel Loreto, que ha dejado para la historia de la religiosidad popular de Sevilla una frase que debería ser grabada en una cartela en la dorada canastilla del paso macareno del Señor de la Sentencia. Terminada la que Montesinos llamó "la Madrugada de Dios", una mañana de Viernes Santo, al llegar el paso a la basílica de la Virgen de la Esperanza dijo Loreto, como un quinto evangelista popular de Sevilla: "Si esta noche no habéis visto a Dios, es que estáis ciegos". Tanto arte necesitaba caballos con gualdrapas negras, como en una reescritura del entierro del Espartero en el romance de Fernando Villalón: "Cuatro caballos llevaba/el coche del Espartero".

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