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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 13 de noviembre de 2017
                               
 

Santa Inés no es una mezquita

Las religiosas franciscanas clarisas del convento de Santa Inés tienen un problema. ¿Un problema sólo? Cientos de ellos, como todos los conventos de clausura de Sevilla, esa "Sevilla oculta" que nos desvelaron Enrique Valdivieso y Luis Arenas en un libro y que más recientemente nos han vuelto a mostrar, con todo cariño, Ismael Yebra y Antonio del Junco. El problema de las monjas de Santa Inés no es que se les esté hundiendo el convento, como a las de Madre de Dios, como a las de San Leandro, como a tantas y tantas, y no tengan dinero para afrontar al menos las obras mínimas de consolidación y salvación del monumento, ni cuenten tampoco con la ayuda de la Administración y lo que siempre es más importante que la propia ayuda económica: el interés, la cercanía, la "empatía" que se dice ahora. Esta Administración nacional, regional y local que despilfarra miles de millones en tonterías y chorradas no tiene un euro para salvar un patrimonio cultural e inmaterial de valor incalculable, cual los conventos de Sevilla, a los que muchas entidades, como la Hermandad de la Virgen de la Antigua del Salvador, prestan ayuda diaria para que puedan traspasar el umbral de la pobreza. Sí, "pobreza" he escrito: esa es la situación de las monjas de clausura de Sevilla, con el añadido de que cada vez hay menos vocaciones para mantener esas "fábricas de oración y de contemplación de la grandeza de Dios", en una sociedad donde todo valor religioso está despreciado y no hay la menor valoración de los bienes espirituales.

A las monjas del legendario convento de Santa Inés, el que fundó Doña María Coronel en 1374, le ha cascado la Junta de Andalucía una multa de 170.000 no por hacer un secadero de tabaco como el que han construido en la calle Santander, ni por cargarse un edificio histórico como vemos cada lunes y cada martes con la coartada de la rehabilitación, sino por restaurar el órgano de Maese Pedro, el de la hermosísima leyenda becqueriana que muchos creen revivir cada Nochebuena cuando escuchan su música celestial en ese trozo de cielo que es el convento de la calle Doña María Coronel. ¿Pero sabe acaso la Junta lo que son 170.000 euros para unas pobres monjas que apenas tienen para comer, y viven de las pocas ganancias que les dejan sus tortitas de aceite, cortadillos, magdalenas, roscos y tortas de polvorón y esos bollitos de San Inés que bien merecerían una leyenda de Bécquer o un capítulo del "Ocnos"? Claro, como ellos apalean millones y millones de todos, pues 170.000 les parecen media pringá. Multa que chorrea sangre, porque el órgano lo han restaurado las monjas gracias a la iniciativa privada, sin poner la mano de las subvenciones. Y, ojo, que lo han restaurado. ¿Le hubieran puesto la misma multa si lo hubieran destruido, como tantos bienes culturales del patrimonio de Sevilla que desaparecen y sobre los que la Junta no dice ni pío?

Y los agravios comparativos de siempre. A una señora como Carmen Forcadell, que quiere destruir la Unidad de España, que incumple las sentencias del Constitucional y que proclama la República Independiente de Cataluña, le ponen una fianza de 150.000 euros. Y a las monjas de Santa Inés, por restaurar el órgano de Maese Pedro, una multa de 170.000. No sólo es un cachondeo la Justicia, como decía Pedro Pacheco y los hechos confirman cada día; la Administración también es otro cachondeíto bueno.

¿Y saben por qué tienen este problema las madres franciscanas clarisas de Santa Inés, como decía al principio? No porque no pidieran permiso a la Junta ni le quitaran protagonismo para apuntarse el tanto del órgano de Maese Pedro. El problema es otro, y más profundo y grave. El problema es que Santa Inés es un convento religioso de clausura, donde cada hora se reza a Dios por los problemas del mundo y de sus hombres. Si en vez de un convento fuera una mezquita musulmana, ¡un premio de 170.000 euros era lo que les daba la Junta y encima les pagaba gratis total la rasturación del minarete y le regalaba dos chilabas nuevas para el imán y otras dos para el muecín!

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