ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 16 de diciembre de 2017
                               
 

El torero que nunca hizo el paseíllo

Otra vez estamos en el Patio de la Casa de Pilatos, ante ese Jano bifronte de su renacentista fuente central y que, junto con la Giralda, es el otro símbolo de Sevilla. Siempre las dos caras. Hasta los dos símbolos. Tan símbolo de la dual Sevilla es el Jano de la Casa de Pilatos como la cambiante Giralda, que se va orientando la mujer conforme soplan los vientos y va haciendo falta: "No se ponga usted así, señor don Eolo, que ahora mismito estoy señalando para el Aljarafe; lo que usted mande." Digo esto de las dos caras de Jano o de la cambiante Giralda porque si el otro día hablamos de que Curro Romero, esencia del Toreo según Sevilla, había hecho lo menos doscientos paseíllos en la plaza del Arenal, se nos acaba de ir otro torero que, actuando casi tantas veces, no hizo ninguno. Hablo de Lebrija IV, de Enrique Muñoz "Lebrija", el puntillero de la plaza, que habiendo actuado en todos los festejos celebrados desde 2002, no hizo ningún paseíllo. Ni se bajó nunca de ningún cochecuadrillas en la calle del Áncora. Ni entró vestido de torero, por la calle Iris, a la puerta de Contaduría. Ni se vistió en ningún hotel torero, ni en el Colón, ni en el Bécquer. Lebrija, como toda su saga, llegaba a la plaza con ropa de calle y se vestía de torero allí mismo, en alguna secreta dependencia. Y mientras la banda de Tejera tocaba "Plaza de la Maestranza" y los de oro y los de plata, y los montados, y los monosabios hacían el paseo, cogía por el callejón desde el patio de cuadrillas por los tendidos impares y se colocaba donde los capotes, con el suyo de brega en mano, enfundado en su vestido de torear rojo y azabache.

Podía hacerse casi una enciclopedia de familias enteras ligadas al servicio de la plaza de toros. Oficios que pasan de padres a hijos: areneros, monosabios, alguacilillos, mulilleros, porteros, acomodadores. Sagas familiares enteras poco conocidas y menos valoradas, muchas de las cuales vienen de pueblos del Aljarafe. Como de la marisma de Villalón llegó un día José Muñoz, puntillero, desde Lebrija, para trabajar, dicen que en el Mercado de la Encarnación, pero me suena más que en el Matadero. Era el viejo Lebrija I. Yo lo he visto torear, porque los puntilleros son tan toreros como los de plata. Aquel viejo Lebrija I, José Muñoz, no vestía de torero. Iba como ahora los mulilleros: con una blusa blanca, en cuyo brazo derecho se ponía un manguito de hule negro para no mancharse con la sangre del toro cuando, por detrás, siempre por detrás, se acercaba para apoyar el codo en el morrillo y despacharlo de un certero cachetazo. A la muerte de Lebrija I lo sustituyó su hijo Manuel, Lebrija II, a quien mató un novillo de Diego Garrido en la derribada plaza de Alcalá de Guadiana. Quedó entonces de titular de Sevilla su otro hijo, Manuel, Lebrija III, que ya vestía de luces, de plata o azabache, y que actuó casi tantas veces como Curro, sin hacer nunca el paseíllo, hasta que el niño de Canorea (¡guasa!) lo quitó incomprensiblemente en el 2002. Yo he visto a Lebrija III dar la vuelta al ruedo por su destreza en matar desde la boca de un burladero, lanzando la puntilla, a un toro devuelto a los corrales que se resistía a entrar por más cabestros que lo arroparan. Y nuestro Lebrija IV, Enrique Muñoz, el muy serio y profesional Enrique Muñoz, siempre silencioso, siempre en segundo término y en su sitio, sustituyó a su hermano Manuel en el 2002. Ya eran los tiempos en que, por no pagar al puntillero, el cachetazo la daban los terceros de las cuadrillas, dejándole al titular de la plaza las papeletas de los toros que no había quien devolviera a los corrales. Muchas de estas papeletas gordas, certeramente, de un solo golpe de puntilla, resolvió Lebrija IV. Por eso yo ahora, desde aquí, ya que Lebrija IV ha hecho su definitivo paseíllo hasta el cielo azul del Arenal, le doy ese aplauso de los buenos aficionados que se ganaba cuando, ¡zas!, con su capote a una mano al hocico, humillándolo, acababa con aquel toro con el que no habían ni sabido ni querido acabar los terceros de las cuadrillas que hacen perder tantas orejas a sus matadores. Adiós, torero; adiós, Lebrija IV, ahora que has hecho tu primer y definitivo paseíllo hacia la verdadera Gloria.

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