ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 5 de enero de 2018
                               
 

Un caramelo para Baltasar

De los tres Reyes Magos, el que más me gusta es el legendario cuarto, Artabán, vaya tío flojo, que se estaba pegando tal pedazo de siesta el hombre que cuando sus compadres Melchor, Gaspar y Baltasar emprendieron apresuradamente camino hacia Belén para venerar al Gran Poder de Dios encarnado en el Niño de la Sacramental del Sagrario, estaba estroncaíto. De modo que cuando se despertó, ya bien pasada la hora sexta del reloj del Imperio Romano, no encontró ni camellos, ni carrozas, ni beduinos, ni bandas de cornetas y tambores, ni ná de ná. Todos se habían ido ya siguiendo a la Estrella (para llegar al Altozano del Portal de Belén), razón por la cual nunca figuró en la lista de Reyes Godos de los Magos de Oriente, ni los niños, más que los zagalones del Arenal como servidor, le escriben cartas pidiéndole juguetes, que nunca nos trae naturalmente.

Pero Artabán nos gusta sólo a los sevillanos raros. El Rey Mago que más les gusta a niños y mayores es Baltasar. El más popular es Baltasar. Menos mal, menos mal que los radicales podemitas todavía no le han metido el diente a la Cabalgata (y ojalà nunca lo hagan), pero seguro que dirían que eso de que Baltasar tenga tanto éxito de crítica y público es puro racismo, que es por ser negro. Y en ese sentido del racismo que hay que despreciar y evitar, además, el más indignante: "Hay que ver Baltasar, que el pobrecito es negro".

Como lo son los beduinos de la Cabalgata. Todos negros. Como si acabaran de bajarse todos de la patera en la playa de Los Lances de Tarifa. Con la de colores que hay para los maquilladores, ¿por qué pintan de negro hasta a los beduinos de los Reyes que no lo son, como Melchor o Gaspar? Por lo dicho: por lo bien que caen en Sevilla los negros de la Cabalgata y los negros color ala de mosca de las viejas túnicas de ruán de los últimos tramos de las cofradías de silencio y cinturón de esparto.

Desde que el primero que encarnó a Baltasar en la Cabalgata del Ateneo fue aquel betunero de tal color de la Sala Llorens, la Docta Casa suele elegir para representar al Rey Negro al personaje más popular o con más gancho: un torero, un futbolista, un famoso. Este año sale de Baltasar alguien sevillanísimo: no un torero, sino el padre de un torero, que además es poeta y compositor. Y bético. Y pregonero. Que no se lo digan a nadie, pero Baltasar es un torero con más valor que Diego Puerta frente a un toro en puntas que anda lidiando desde que dio el Pregón de la Semana Santa, el morlaco de la enfermedad innombrable. Hablo, naturalmente, de Rafael Serna, a quien quiero y admiro y a cuya familia la mía aprecia tela del telón desde hace dos generaciones. Salir de Rey Mago es un honor, pero también un palizón. Los que han salido dicen que al día siguiente están molidos, de tirar caramelos. Fíjense el doble mérito de Rafa Serna, salir de Rey Negro en las condiciones de salud en que anda, en su ardorosa y admirable lucha contra la enfermedad, siempre invencible. Así, acabaíto de saber lo que tenía, dio el Pregón, de ahí su emocionante diálogo con su Señor de la Sentencia. Ahora, como si rebosara salud, acepta salir de Rey Negro, darse el palizón. O no. La mejor medicina para Rafa Serna son las orejas que corta su hijo Rafita. Y sé que la mejor medicina, la más dulce, la más ilusionada y esperanzada, serán los caramelos que tire esta noche a los niños de Sevilla desde su carroza de Rey Negro. Yo ahora, Rafa, en tu honor, admirando tu lucha, tomo un caramelo de piñones de los que cada año me manda, como se lo enviaba a Rafael Montesinos, un nazareno de La Soledad, el historiador Alvaro Pastor Torres, y que guardo como los tesoros de sevillanía y de amistad que son. Hoy voy a ser yo quien le va a tirar un caramelo al Rey Baltasar, por su valentía en la lucha contra la enfermedad. Así, Rafa, así luchan los hombres y nos dan ejemplo. ¿Qué menos que tirarte un caramelo en forma de óle o un óle en forma de caramelo, querido Baltasar?

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