ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 23 de mayo de 2018
                               
 

La dictadura del chaletariado

Con la de ellos que hay en España, millones, de momento han
dejado de existir todos los chalés ("chaleres", que dicen en los
pueblos) y no hay más que uno: el chalé por antonomasia. ¿Qué
chalé? ¿Cuál va a ser? El de Pablo Iglesias e Irene Montero en La
Navata de Galapagar. Galapagar hasta ahora era famoso por estar
enterrado allí don Jacinto Benevente y ser donde la Reina Doña
Victoria Eugenia tomó el tren hacia el destierro en abril de
1931, cuando la famosa fotografía del Conde de Romanones sentado
en un banco de la estación, más solo que la una. Todo eso ha
quedado borrado por un chalé de 600.000 euros comprado con unas
facilidades hipotecarias de la catalana Caja de Ingenieros que
deberían ya figurar por derecho propio entre los récords de poca
vergüenza del Guinness.
 
No describo el chalé porque esto no es Idealista, joé. Ya
habrán tenido ocasión de verlo, casi cuarto por cuarto. Y ni te
cuento la piscina. Chalé sin piscina es chalé perdido. Y es más
que lógico todo lo que ha ocurrido con el chalé. Dicen que ya no
existe la famosa burbuja inmobiliaria, ¿no? Que la burbuja ahora
es del precio de los alquileres en las zonas turísticas o
monumentales de las grandes ciudades. No me lo creo. La burbuja
inmobiliaria aún existe. Prueba de ello es que les ha estallado
en toda la cara, en forma de chalé, a Pablo Iglesias e Irene
Montero. Pablo Iglesias e Irene Montero son los últimos caídos de
la burbuja inmobiliaria. A causa de la burbuja inmobiliaria, ¿no
cayeron bancos, cajas de ahorro, constructoras, almacenes de
muebles, tiendas de toda la vida, despachos de arquitectos y
hasta notaría hubo que presentó un regulación de empleo? Bueno,
pues con un poco de retraso ahora la burbuja inmobiliaria les ha
estallado en las avariciosas manos a los que eran los puros más
puros de todos los puros, los progres más progres de todos los
progres, los más alejados de la Casta. Ha sido probablemente el
peaje por su ingreso en la Casta y por cobrar esos sueldazos del
erario público. a Historia y no sacar enseñanzas de ella. Un chalé como este, no en Galapagar, sino en Simón Verde, le costó el cargo y la carrera política al
presidente de la Junta de Andalucía, a Rafael Escuredo, que tras
hacer algo tan insólito como la reforma agraria del XIX en
puertas del siglo XXI, iba para segunda edición de Blas Infante y
perpetuarse en el Régimen Andaluz y "ahí queó", como dicen los
capataces de Semana Santa. Y debían Iglesias y Montero haberse
acordado también de Isabel Preysler y del socialista Miguel
Boyer, que sirvieron de pitorreo nacional cuando se compraron
Villa Meona, aquel chalé del que todavía no se sabe a ciencia
cierta si tenía 16 cuartos de baño o eran solamente 14. Eso es lo
que de momento falla en el chalé de Iglesias y Montero: que el
puntillero de la gracia popular española acierte con el
verduguillo de darle un nombre que acabe con el cuadro, como lo
cuadrò con Villa Meona, que me parece que el autor del acierto
fue mi compadre Alfonso Ussía. Alfonso, hijo: ponle urgentemente
un nombre al chalé de los que han pasado de luchar contra la
casta a apuntarse en la caspa: ¿podría ser Villa Mangona?
 
Y, además, tanto jaleo para un chalé en los chirlos mirlos,
que por muchos datos que den me parece una mierda de chalé y
encima tan lejos de Madrid. Hombre, si todavía el chalé fuera en
Puerta de Hierro, o por lo menos en la Pijolandia de Pozuelo,
Aravaca o Las Rozas... ¿Pero en Galapagar, donde no hay más que
peñascos? Un amigo pintor, Ricardo Suárez, ha dicho que Pablo e
Irene han pasado de la dictadura del proletariado a la dictadura
del chaletariado. Cierto y verdad. Miren cómo la juez Alaya, que
no tiene que pagar ningún chalé, ha dicho todo aquello que nos
temíamos, y que resulta que era verdad.

 

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