ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 19 de junio de 2018
                               
 

Camareros de familia

Los sevillanos, entre otras muchas particiones, nos dividimos en dos grandes grupos: los que apenas ponemos un pie en un bar, ni de copeo ni de tapeo, y los que si no encuentran el apoyo de una barra varias veces al día no se hallan. Pertenezco al primero de los grupos, el más raro. Tan raro como aquel alcalde que tuvo Ronda al comienzo del felipismo, en 1983, don Julián de Zulueta, médico especialista en Medicina Tropical, máxima autoridad en la materia y sobrino de don Julián Besteiro. Zulueta era también de los que no copeaban por los bares. Y Rafael Atienza, marqués de Salvatierra y teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Ronda, del que suelo decir por su sentido del humor a lo Wodehouse que es el mejor escritor inglés que tenemos en Sevilla, cuando vio que elegían a Zulueta, hizo una pregunta retórica marca de la casa:

-- ¿Pero cómo puede ser alcalde de Ronda, una ciudad donde la gente hace la vida en los bares, un señor que en su vida ha puesto un pie en un bar?

A mí quizá el querido Rafael Atienza, mi compañero de banca en el primer curso que ambos estuvimos en Portaceli, podría decirme en Sevilla lo mismo que en Ronda a Zulueta:

-- ¿Pero cómo puede escribir artículos sobre la vida cotidiana de Sevilla, una ciudad que prácticamente vive en los bares, este Burgos que en su vida pone un pie en un bar?

En un bar, apenas. Pero en restaurantes, en muchos, querido compañero de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Y lo que referir quiero ocurre tanto en los bares como en los restaurantes. El camarero que, habitualmente de la odiosa serie del "simpático profesional", se toma la familiaridad al pie de la letra y cuando se acerca a nuestra mesa o al lugar de la barra de bar que ocupamos, pregunta campechano, como dando cercanía y confianza, cuando a algunos nos da un por saco espantoso:

-- ¿Qué les pongo, familia?

Otros te saludan así nada más entras por las puertas:

-- Buenas tardes, familia. ¿Qué, otra vez por aquí?

A mí, la verdad, la salutación me deja perplejo. Un día tengo que echar las cuentas de la cantidad de parientes camareros que tengo en Sevilla, ya que muchos se dirigen a mí como "familia". Deben de ser cientos. Y a usted me imagino que le ocurre igual, que cientos de veces le ha dicho su pariente camarero, como si fuera un primo segundo suyo, o el cuñado de una sobrina:

-- ¿Qué vamos a tomar, familia?

Antes "familiares" tenían los arzobispos, voz que por cierto se dejó de usar en Sevilla de Bueno Monreal a esta parte, y de la que dice el DRAE en su novena acepción: "Eclesiástico o seglar que acompaña o asiste a un obispo". Nadie dijo nunca que el Hermano Pablo famoso fuese el "familiar" del Cardenal Amigo Vallejo o el Padre Borja del arzobispo Asenjo. Así que lo de "familiar" debió de pasar del Palacio Arzobispal a la barra de los bares y a las mesas de los restaurantes, ya que así debemos de considerar a estos camareros que se pasan la doble raya de la familiaridad para caer en la falta de respeto, que tanto coraje nos da a algunos.

¿O será influencia del Servicio Andaluz de Salud? Igual que a los antiguos ambulatorios los llaman "centros de salud", a los médicos de cabecera del Seguro les dicen "médicos de familia". El personal de Hostelería, probablemente, tanto profesionales de siempre que se saben su oficio como eventuales procedentes del paro sin formación adecuada, seguramente no quieren ser menos que los médicos, y si hay "médicos de familia" ellos quieren ser "camareros de familia". Pero hay algo peor: el que te llama "caballero". A un señor del Puerto de Santa María que le fastidiaba este vulgar tratamiento hostelero tanto como a usted y a mí, cuando un día un camarero le llamó "caballero", le contestó con todo ingenio:

-- No, Caballero es mi mujer. Yo soy Osborne. Pero basta con que me llame usted simplemente "señor" a secas.

 

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