ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  29 de octubre de 2018
                               
 

Aquel tren de Cuevas

Esta vez no es de mentirijillas, como el dinero del Palé, luego bautizado Monopoly, con sus casas en la calle Leganitos y sus hoteles en la Gran Vía, que habíamos visto en el escaparate de la Juguetería Cuevas en la calle Hernando Colón y pedido a los Reyes. Que nos lo habían dejado en la mañana del 6 de enero sobre la mesa del comedor, junto a los ya vacíos tres copas de aguardiente y tres platos de polvorones que cada noche del 5 de enero dejaba mi madre para que se convidaran los Magos de Oriente cuando llegaran por el balcón abierto con nuestros zapatos puestos al relente. Esta vez no es de juguete, como aquel mermado tabor de Regulares de una Ceuta de soldaditos de plomo que nos habían regalado por el cumpleaños un día de San Fernando. Esta vez la Juguetería Cuevas cierra de verdad. El 5 de enero, la Noche de la Ilusión, cuando pase la trasera de la carroza de Baltasar, echará definitivamente el cierre esta maravillosa tienda de nuestros deseos y nuestros asombros infantiles. La de los escaparates prodigiosos de la Plaza de San Francisco con vuelta a Hernando Colón y a Cabo Noval, con sus miniaturas de tanques de las Divisiones Panzer de Hitler resistiendo a los del General Patton recién desembarcados en la Normandía de aquel abigarrado prodigio de aviones de aeromodelismo que volaban solos, de yates teledirigidos para el Puerto Banús de la piscina del chalé, de coches antiguos, de latitas de pintura para darle color a los modelos para armar, como la caja donde venían todas las piezas para que te convirtieras en La Bazán y en tu astillero de la paciencia armaras el "Juan Sebastián de Elcano" con los cuatro palos del bergantín-goleta y todo el trapo de la satisfacciòn de botarlo solemnemente en la bañera.

Cierra la juguetería de los prodigios, del coleccionismo, de las maravillas de la mecánica, y con ella a todos los sevillanos se nos muere un poco nuestra infancia. La Noche de la Ilusión traerá este año la desilusión de otro comercio tradicional más que cierra en el centro. Y al niño que todos llevamos dentro los Reyes le echarán carbón, como el que simulaba la locomotora de aquel tren eléctrico que siempre quisimos tener, tan perfecto en su reproducción del vagón del coche-cama, y que nunca nos trajeron los Reyes, porque hubimos de conformarnos con el Ibertren, no de Cuevas, sino de Cuervas, ay, siempre la dualidad de Sevilla: juguetes de Cuervas "al alcance de todos los sevillanos", como el Nodo, y deslumbrantes y sofisticados juguetes de Cuevas.

Cierran 65 años de un comercio mantenido durante tres generaciones, fundado por don Francisco Cuevas en 1954 y continuado por su hijo Rafael. Su hermano Joaquín, que estaba en Portacelí y que hacía como nadie de San Francisco Javier cuando en la proclamación de dignidades del Coliseo España representaban "El Divino Impaciente" de Pemán. O la memoria me falla, o Cuevas empezó en una pequeña tienda de la calle Hernando Colón, cerrada hace ya tiempo, con su escaparate de muñecas, de soldaditos de plomo, sus raquetas de ping-pong, sus bolas y sus tacos de billar con su tiza añil, sus juegos de mesa. Rafael Cuevas, el hijo del fundador, ya ampliado el negocio con la tienda de la Plaza de San Francisco en cuyos escaparates pone ahora "liquidación", lo especializó en maquetas, aeromodelismo, radio control, herramientas para el modelismo. Especialización que continuó el nieto del fundador, Manuel Cuevas Alvarez, a quien le tocará, ay, el dolor de tener que echar el cierre por última vez cuando vendan el último juguete en la noche del 5 de enero.

Para muchos de nosotros, para ese niño que seguimos llevando dentro, Cuevas siempre permanecerá abierto en el recuerdo. Con nuestros abriguitos a cuadros y nuestros verdugos de lana, con la nariz pegada a los cristales, seguiremos echando sobre ellos el vaho invernal de la ilusión de la carta a los Reyes al contemplar tantas pequeñas maravillas. Y sobre todo, la luz de la locomotora de aquel tren eléctrico que iluminaba el túnel cuando lo atravesaba y que nunca me trajeron los Magos, "porque este año los Reyes vienen muy pobres", y me tuve que conformar con una locomotora de cuerda y unos vagones de lata que me dejaron en la mesa del comedor junto a las tres copas de aguardiente vacías.

 

 

 

 

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