ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de noviembre de 2018
                               
 

Chorritos y candelas

La Expo del 92 nos dejó grandes legados, Ave aparte. Por cierto, la pregunta que me hago cada vez que voy a comprar un billete para el Ave a Madrid, especialmente en fin de semana, y están todos los tres absolutamente llenos, o sea, hasta las mismas trancas, léase Preferente: ¿dónde viajaba la gente a Madrid antes de que hubiese Ave? ¿O es que no se viajaba? Diré como una gran señora de Sevilla afirmaba sobre la masificación de los aviones:

-- Es que antes sólo viajábamos los que teníamos que viajar. -

Como decía, la Expo del 92 nos dejó el legado del Ave, nos legó el arte sevillano de hacer cola ("¡eh, no se cuele usted!") y nos dejó la afición al microclima. Explico la afición al microclima. El gusto que los sevillanos le cogieron a aquella llovizna refrescante que salía de las pérgolas que, terminado el certamen, pusieron precisamente frente a la estación del Ave, pero sin que echaran ya agua para refrescar el ambiente. El microclima famoso de la Expo pasó directamente a los bares, que lo copiaron. Yo no sé quién fue el inventor, pero a alguien se le ocurrió poner aquellos pulverizadores de agua, vulgo "chorritos", en los toldos de los bares, para refrescar las terrazas en pleno verano. Y como en Sevilla no hay terrazas de veladores (anda que no, no ni ná), pues imagínense cuántos chorritos se pusieron en los toldos de los bares. Hay quien cuenta veladores, pero nos falta la estadística oficial de los chorritos del microclima de pulverizadores de agua en los toldos. Esos que tanto fastidian por cierto a las señoras, porque en un momento les tiran por tierra el dineral que se han gastado en la peluqierìa.

Como practicamos todo lo contrario al "que inventen ellos" de Unamuno en agudeza y arte de ingenio, a alguien, cuando llegaron los primeros fríos, se le ocurrió cambiar los chorritos del "¡agua va!" de los toldos de las terrazas por los tubos de rayos infrarrojos, por las sombrillas de fuego alimentado por gas butano o por unas extrañas candeladas que parecen o bien las de las paradas nocturnas de los caminos del Rocío, o bien las que hacen los gitanos, o bien las de las zambombas flamencas navideñas, o bien las de los indios de las películas del Oeste bailando en torno al fuego.

Antes, la llegada del invierno estaba señalada por los puestos de castañas asadas. Pero como todo lo del almanaque está adelantado, del mismo modo que ya mismito están preparando las iluminaciones de Navidad, ahora los puestos de castañas llegan a principios de octubre. Puestos de castañas se han visto este año donde el tío que las asaba iba en mangas cortas. Así que a tomar por saco el símbolo de la llegada del invierno con las castañeras, como marcaban los tópicos periodísticos de Madrid. Ahora tenemos un signo de la llegada del invierno: cuando en las terrazas de veladores sustituyen los chorritos de agua por las candelas de butano o por las barras de rayos infrarrojos colocadas en los toldos. Como este año apenas ha habido lo que entendemos por otoño, hemos pasado directamente en las terrazas de los bares de los chorritos pulverizadores de agua para terror de la peluquería de las señoras a toda suerte de candelas y modos de calentar aquello.

Ah, y otro signo del invierno es la conversión de las terrazas de veladores en una especie de jaimas para poder fumar fuera del bar sin pasar frío. Es toda una alta tecnología, no sabemos si inventada por Currito, el que le da al botoncito, pero el toldo de Leopoldo, con unos añadidos que semejan cristaleras de plástico, amplían los locales sobre las aceras, para fastidio del peatón. ¿Quién inventó las candeladas de las terrazas, quién estos transparentes cerramientos como de tienda de campaña que ganan las aceras para los bares como San Fernando ganó Sevilla para la Cristiandad al moro Rey Axataf? Deberíamos de saberlo. Estando tan calentitos y tan a gusto como se ven a algunos junto a las candeladas de las terrazas de los bares, mientras cae fuera una pelúa importante, bien que merecerían por lo menos una placa conmemorativa en honor de su inventor, el que adaptó a los usos sevillanos el famoso microclima de la Expo, con su variante dual: chorritos en verano, candelas en invierno.

 

 

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