Por una sola vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con Ferran Adrià, cuando ha dicho a la revista "Gurmé" de ABC: "Para Sevilla es más importante ser el alma de la tapa que tener estrellas Michelin. Creo que en esta ciudad la gente no está en esta guerra y está más volcada en tener un negocio en el que la gente disfrute sin más. A mí me gustaría que Sevilla fuera una referencia mundial en las tapas a que tenga más estrellas Michelin; es más importante ser el alma de la tapa a nivel mundial que tener muchas estrellas, porque es algo más diferencial". ¡Pues naturalmente! Ya está bien de tomaduras de pelo de los platos que inventa el Chef de Mar y el Chef de Río. ¿Río? Sábalos en adobo de Coria son los que nos gustan aquí, y que nos dejen de reducciones al Pedro Ximénez. Sin tanto cuento, cada sevillano tiene concedidas sus estrellas Michelin. No se otorgan a restaurantes, sino a bares clásicos y populares, o a tapas de toda la vida. Y no al local, sino a una maravilla que te ponen allí. Así que, sin más preámbulo, vamos con nuestras particulares estrellas Michelin, o Firestone, o Good Year, o de la marca de neumáticos que le dé a usted la gana.
Los boquerones en adobo del Blanco Cerrillo de José de Velilla, junto a la calle Velázquez, que hasta aquí llega el olor. La conchita de altramuces que, sin que la pidas, te ponen con el adobo. Los riñones al jerez de Los Gallegos de la calle Capataz Rafael Franco, junto a La Campana. El pollo frito al ajillo de Los Cuevas. Los montaítos de pringá de Casa Morales. Los montaítos de chorizo picante de Casa Morales. La tortilla de patatas de Casa Morales. El bacalao del Mudo de Feria (Bodega Mateo). El ambiente todo de taberna clásica de Casa Vizcaíno, en la Plaza de los Carros. Las regañás del Horno de Las Doncellas. Las croquetas de cola de toro de Becerrita. Los caracoles de Casa Diego. Las manitas de cerdo de Casa Tomás. Las papas aliñás de Casablanca. El menudo del bar Los Palacios. El jamón del Sol y Sombra. El jamón de Casa Román, de lo poco auténtico que va quedando en el barrio de Santa Cruz. La ensaladilla de Manolo Vázquez, en la calle Baltasar Gracián. Los boquerones en adobo del Coli. La tortilla española del Cateca. La sangre encebollá del Bar Arco.
Las espinacas con garbanzos del Rinconcillo. Los pavías del Rinconcillo. La tortilla de jamón del Rinconcillo. Las tostadas con manteca colorá casera, con o sin tropezones, de El Cañizo en la calle Rafael Salgado. La pescada frita de la freidurìa La Isla de la calle García de Vinuesa, frente a Morales. Las gloriosas, ilustres, devotas y antiguas croquetas de Casa Ricardo, que además están especialmente buenas los viernes, que es el día del Señor del Gran Poder, su divino vecino.
Los calentitos del puesto de Alfonso en la Macarena, donde tienen, además, el buen gusto de tener escrito "Calentitos" en el toldo, y no "churros", que llamar churros en Sevilla a los calentitos decía Montesinos que era un churro. Los calentitos vespertinos del clásico y primitivo Bar Comercio de la calle Lineros y hasta la rueda que los anuncia a la puerta, sobre una bota de las que en muchos otros sitios usan como mostradores callejeros. Las tortas de polvorón de la histórica Confitería La Campana y las latas litografiadas antiguas donde te los venden si los pides así. Y si nos metemos en carretera y nos vamos a los pueblos, es que nos hartamos de dar menciones. El potaje del Batato en Umbrete o las borrajas de Los Navarros en Castilleja erncabezarían una larga serie. Y si nos queremos endulzar la vida, las bizcotelas o los mantecados de Viena de San Joaquín de Alcalá de Guadaira. Los quemaítos de La Puebla. Los tocinos de cielo de Aracena. Las tortas de San Mateo de Alcalá, como obleas. Los mostachones de Diego Vázquez en Utrera. No serán de Guía Michelin nuestras recomendaciones, pero michelines sí que te salen si te hartas de ellas, de lo buenas que están esas tapas o esos dulces si eres chuchón.
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