ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  29 de enero de 2019
                               
 

Adiós, mes del sevillano Jano

Giralda y Torre del Oro aparte, en nuestra Historia no es moro todo lo que reluce. Hay en nuestra cultura y nuestras costumbres más Roma clásica de la que pensamos. Verbigracia: la Centuria Romana Macarena. Si hubiera aquí la costumbre mediterránea de las incruentas batallas de Moros y Cristianos, no serían tales, porque sabemos que las ganaron los buenos, los cristianos, las huestes del Santo Rey con Garci Pérez de Vergas, ante quien Axataf tuvo que hocicar y entregar las llaves. Sí, San Fernando fue el primer alguacilillo que hubo en Sevilla. Le pidió las llaves de los chiqueros de la ciudad al rey moro Axataf, que estaba en la presidencia del coso de los campamentos de Tercia, Cuarto y Montequinto. Si aquí, decía, celebráramos las fiestas de Moros y Cristianos no serian tales, sino de Beduinos y Armaos, que tienen muchísimo más arte, tanto por la parte de los beduinos de la Cabalgata y ni te cuento de los armaos de la Macarena: "Aires de Roma andaluza".

Sin que me vayan a liar la del tigre como a la consejera de Igualdad, hay un trasfondo de cultura romana en nuestros ritos procesionales de Semana Santa. Se lo oí al profesor Blanco Freijeiro, en una conferencia en el curso de Homenaje a la Semana Santa que organizamos para la Universidad Menéndez Pelayo en la Casa de Pilatos (donde, ademas, pudimos reunir en una ya histórica mesa redonda sobre capataces a los maestros Rafael Franco, Manolo Bejarano, Salvador Dorado "El Penitente" y Luis León). Como señaló Blanco Freijeiro, la diversidad de advocaciones de Cristo y de su Madre en nuestra imaginería procesional tiene mucho de sincrética cristianización del politeísmo romano. Y en Sevilla quedan también reliquias y recuerdos del culto a los dioses paganos de la Roma clásica. Hasta el punto de que son casi venerados "los Hércules de la Alameda". A Julio César lo divinizamos, y lo hacemos como otro nuevo Hércules, el torerísimo héroe mitológico que le hizo faena a los toros de Gerión, aunque lo suyo fuera cercar a Sevilla "de muros y torres altas".

Y como en el poema de Manuel Machado, "...y Jano". No creo que haya dios romano más nuestro que Jano, el de los dos rostros opuestos, dual como Sevilla misma, a quien se atribuía la invención de las naves, las monedas y la agricultura, que era el protector de las puertas y a quien en el calendario se consagraba el primer mes del año, el que ahora se nos está yendo en nuestra cuenta atrás de la primera luna grande de la primavera. ¿Cuál es el mes más sevillano? ¿Abril? Puede ser. Pero el mes más hondamente sevillano, más ligado a nuestras dualidades barrocas, es este enero dedicado a Jano que se nos va. En Roma, Jano estaba instalado en una de las colinas de la ciudad, que por eso se llama el Janículo. Por cierto que Jano no tiene correspondencia en la mitología griega, es algo estrictamente sevillano, digo, romano. En Sevilla lo tenemos en verdadera y única efigie, coronando la fuente central del patio de la Casa de Pilatos, con mucha mejor localidad que Palas Atenea. Ese Jano de las dos caras al que los romanos dedicaban el mes de enero es el mejor símbolo de nuestra dual ciudad de Sevilla y Triana, Betis y Sevilla, Joselito y Belmonte, Feria y Semana Santa, y etcétera y etcétera. Sevilla tiene un Señor cristiano, que es nuestro Padre y Salvador, que todo lo puede, que está en San Lorenzo, y que "in manu ejus Postestas et Imperium". Es por antonomasia el Señor de Sevilla. Sin duda alguna. Pero Sevilla tiene también un señor dios romano y pagano, que está en la Casa de Pilatos con sus dos caras, como la ciudad misma, y al que nadie se acuerda en este mes sin capirotes, albero ni cascabeles que le dedicamos, como es este enero que se nos va de entre las manos. Tan sevillano es el mes que Roma dedicó a Jano que a nosotros nos sirve como reloj de la cuenta atrás del corazón; para decir, cuando se va, eso tan nuestro de: "Esto ya está aquí". Y repelucos de emoción le dan a usted cuando presiente esto que ya está aquí, en la ciudad de las dos caras del Jano de la Casa de Pilatos.

 

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