ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  7 de mayo de 2019
                               
 

"Las" Ferias

Solemos esbozar una sonrisa de suficiencia, cuando no de "perdónalos, Señor, porque no saben lo que dicen", cuando alguien de Madrid nos anuncia:

-- Pues este año hemos decidido ir a "las" Ferias de Sevilla en abril y ya tenemos reservado hotel y todo.

Esto de "las Ferias", en plural, nos hace mucha gracia a los sevillanos. No, no nos da coraje, ni nos ofende. Nos hace gracia por el despiste que supone ese plural. Que, bien pensado, no lo es tanto. Primero y principal porque antes había dos ferias: la de Abril y la de San Miguel. (Aparte de que para nostálgicos y rancios también estaba en los Jardines de San Telmo la Feria de Muestras con sus memorables gorros de cartón de propaganda del Flan Chino el Mandarín.) Sevilla tenía varias Ferias, e incluso, si nos ponemos en el rigor de la Historia, la más antigua de todas: el mercadillo semanal del Jueves. En el barrio quizá por eso llamado de la Feria, creada por privilegio alfonsí, sin que tuvieran que inventarlo ni un vasco ni un catalán, sino unos chalanes que vendían hierros viejos y perillas para las camas.

Pienso en lo de "las" Ferias, además, al ver las páginas dedicadas al Real en los periódicos. En nuestro querido ABC, en la competencia, y en los gratuitos. En todos. O cuando sale la Feria en los telediarios. Es una Feria refinada, soñada, señorial, donde la gente va magníficamente vestida, las flamencas son todas guapísimas, los enganches dignos de un museo del carruaje. Todo es elegancia, educación, sentido de la medida, cortesía, hospitalidad. ¿Existe esa Feria que sale en los periódicos? Desde luego, y que sea por muchos años, pues al comienzo de la democracia municipal estuvo a pique de un repique que desapareciera, demagógicamente arrasada por la chabacanería cuando se abrió "al pueblo" la Caseta Municipal como si fuera la toma del Palacio de Invierno.

Pero es que vas a la Feria, y si sales de las dos o tres calles principales, de las casetas de toda la vida, del señorío de siempre, de los clubes de abolengo, la de los trajes color garbanzo en los señores y las muchachas lindísimas vestidas de flamenca, y las señoras guapas y con estilo, te encuentras con otra Feria, y no quiero señalar ni la calle Pascual Márquez, ni las casetas de los Distritos, ni los bodegones de la Calle del Infierno. ¿Y esas trastiendas? Qué horror. Es una Feria de gente zarrapastrosa, mal vestida, llena de turistas en calzones cortos y con gorra de béisbol, muchos con mochila a la espalda. De gente ordinaria y mal educada; además con mal vino, siempre en riesgo de bronca. Es una Feria que no tiene nada que ver con la sublimada por el amor a la tradición que hemos visto por la mañana en el periódico, donde por cierto si no sales retratado a la puerta de una caseta, no eres nadie en Sevilla. Y la cuestión es que de "las" dos Ferias, la de la elegancia y la de la ordinariez, esta última es mucho más extensa, ocupa más espacio y la vive mucha más gente. ¿Y los coches de caballos? Aparte del turista en el taco que se alquila un pesetero para estar en el paseo de coches y su aquí-mi-señora se pone una flor horrorosa y un como mantoncillo que nada pega por la tarde, en la mayoría de los coches va gente mal arreglada, descamisada, sin el menor estilo. Gente fea, en suma. Gente ordinaria. Chusma. Sudorosa y bebiendo con muy mal estilo allí arriba, ¡botellines de Cruzcampo a morro! Y los cocheros, vestidos de cualquier manera, nada de catites o chaquetillas: en mangas de camisa.

¿Hay entonces dos Ferias? Por lo menos: la del buen gusto y la de la ordinariez. Por eso no hay que sonreír cuando los de Madrid dicen "las Ferias". La Feria sigue con su imagen tradicional gracias a que todos cumplimos un pacto no escrito de no hablar ni difundir la imagen de esta Feria de la ordinariez y la cochambre, más fea que las traseras de Pascual Márquez por la avenida de Juan Pablo II, y quedarnos con "el ascua de luz".

 

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