ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 28 de septiembre de 2019
                               
 

¿Quién riega los árboles?

Estábamos en la Punta del Diamante, donde un azulejo recuerda que allí comienza la Vía de la Plata para hacer el Camino de Santiago y donde el señor que vende el incienso en su mesita de campimplaya produce el milagro de que siempre huela a Miércoles Santo en la esquina de la Avenida con García de Vinuesa, donde los crujientes panes de La Canasta. Y mirábamos hacia los frondosos naranjos de la calle Alemanes, verdes, lustrosos, dando lo que tanta falta hace en el centro: sombra. La verdad es que por la madrugada había llovido y por la mañana habían caído cuatro gotas, pero nos hicimos la que nos parece la pregunta de millón en la antiguamente Verde Sevilla:

-- Los árboles de las calles de Sevilla, ¿quién los riega?

¿Usted ha visto alguna vez a un empleado municipal "manguera en mano entré en España", regando los árboles de las calles, paseos y avenidas? Yo, la verdad, que nunca he visto a ninguno. ¿Usted ha visto por algún lado las negras gomas del riego automático por goteo en los alcorques de los árboles callejeros de Sevilla? La verdad que no recuerdo haber tenido el gusto de conocerlas. ¿Tanta humedad hay en el ambiente de Sevilla que los árboles toman de ella el líquido necesario para su vida? ¿Tantas corrientes subterráneas hay de los antiguos cauces del río, o del Tagarete, y tan alta es la capa freática del suelo de Sevilla que mantiene a los árboles sin necesidad de que los riegue nadie con agua y huela a tierra mojada? Usted, señora, se va a Chipiona, le encarga a una vecina que se encargue de regarle las macetas de la terraza y como esa vecina se olvide un fin de semana, ya ve cómo se encuentra sus queridas flores a la vuelta. Todas chuchurrías.

Esto del riego de los árboles en Sevilla; mejor dicho el "no riego" de los árboles en Sevilla, me recuerda la frase que se atribuye al Canciller Bismarck sobre España: «Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido». Donde el antepasado de la marbellí Gunilla dice "España", yo pondría "árboles callejeros de Sevilla", porque se trata de algo por el estilo, y diría: "Estoy firmemente convencido de que los árboles callejeros de Sevilla son los más fuertes del mundo. Llevan siglos los ayuntamientos queriendo destruirlos, talándolos o dejándolos que se sequen sin que nadie los riegue, y todavía no lo han conseguido"... Y mira que lo han intentado, con las talas masivas como la de Almirante Lobo o la que antes, en tiempos de Soledad Becerril, hicieron de todos los plataneros que había ante la fachada del Palacio de San Telmo, y pusieron en su lugar unas plantas cónicas que más bien parecìan árbolitos de Navidad esperando lucecitas que vegetación callejera en condiciones. Cada lunes y cada martes, los vecinos de un barrio denuncian la tala indiscriminada de olmos, de eucaliptus, de viejos árboles que conocieron de niños y que les quitaron muchas calores en los tórridos veranos con su generosa sombra.

En pocas ciudades habrá, como en Sevilla, estadísticas de alcorques vacíos, de árboles que talaron, o dejaron morir y nunca se repusieron. Por no hablar de las podas-talas que hacen, muchas veces fuera de estación, cuando los árboles están más floridos y hermosos. El caso es que al sevillano le encantan los árboles. Por lo que parece que el Ayuntamiento está formado por gente de por ahí, en su odio a los árboles. En sus arboricidios de las "plazas duras". No creo que haya en toda España un Ayuntamiento con la dendrofobia de Sevilla. Ni que se harte de anunciar la plantación de unos árboles que luego no ponen y que todavía están esperando en muchos barrios. ¿Y el magnolio de la Catedral, que ya forma parte del paisaje de la Patriarcal y Metropolitana? ¿Quién riega este árbol, ya casi convertido en simbólico acompañante de nuestro primer templo? Nada, nada, lo de Bismark: hace siglos que están empeñados en cargarse los árboles de Sevilla, que son tan fuertes que no lo han conseguido. Gracias a Dios.

 

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