ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 25 de diciembre de 2019
                               
 

Días de petardos

Salgo de la llamada Feliz Nochebuena medio sordo. ¿Pero qué hemos celebrado? ¿El Nacimiento de Cristo o las Fallas de Valencia? ¿Por qué no se entiende la Nochebuena sin que en la calle atruenen petardos y cohetes, como en las fiestas del Levante español? ¿O es que todo esto lo patrocina Ximo Rovira, que nos ha impuesto esta moda de la "mascletá" de Navidad, que encima rima y todo? Los ayuntamientos se hartan de dictar normas prohibitivas sobre la venta y utilización de petardos en esta fecha tan señaladita. Serias y solemnes disposiciones escritas en papel mojado para la chiquillería del barrio, restallante de triquitraques por los zaguanes, por las esquinas. Hasta desde los balcones los tiran quienes salen con la copa de cava en la mano para contemplar a lo lejos los fuegos artificiales, como si fuera el 4 de Julio de los americanos patrocinado por los almacenes Macy´s junto a la Estatua de la Libertad. Nadie me ha podido explicar nunca qué tiene que ver la cohetería con el Nacimiento del Señor. España se nos pone en estas fechas de un valenciano que tira de espaldas. En algunos lugares sólo falta la fallera mayor echando sus lagrimitas cuando Francisco canta el himno regional. España se nos convierte cada Nochebuena en una inmensa «mascletá» infantil y no tan infantil, en las tracas de unas Fallas en miniatura.

¿O será que no es por Valencia, sino para que los petardos de la Nochebuena se igualen con los petardos de la política española de todo el año? Ahí sí que hay petardos, en el Congreso de los Diputados, en el Senado, en las ejecutivas de los partidos, y no en esta Nochebuena en la que nadie piensa en los pobres perros de piso, que lo pasan los pobres muy mal: no encuentran camas bajo las que esconderse cuando empieza a sonar el petarderío y el cohetería que tanto les asusta. Hay quien anoche estaba en una cena familiar fuera de casa y pensaba, mientras oía el estruendo de la pólvora en salvas de la Navidad:

-- Ay, mi pobre Canelo, lo mal que lo estará pasando en casa, solo y con este ruido, con lo que le aterran los petardos.

Salvo el terror de los perros, pienso por otro lado que estos petardos de los chiquillos y de sus padres que todos padecimos anoche no le hacen mal a nadie. Lo peor es el petardo de la política española, en la que pensamos cuando escuchamos el mensaje navideño de Su Majestad el Rey, que siempre a muchos sabe a poco y a otros, a demasiado. ¿Quién libra a España de tanto petardo, desde que llegó Zapatero y acabó con el cuadro de concordia, de reconciliación, de aceptación de la fortaleza del Estado que significó la Constitución de 1978? ¿Quién libra a España del petardo que pegó Rajoy por no dimitir, para mí el gran culpable de todo lo que ahora estamos contemplando y padeciendo, de esta verdadera desmembración del Estado, donde Europa le da acta de diputado a los prófugos de la Justicia y aquí para alcanzar el poder Sánchez, otro petardo, pacta con todos los filoetarras, con todos los independentistas, con todos los neocomunistas, con todos los que quieren sencillamente acabar con la nación y si de paso se llevan por delante a la Corona, eso que se encuentran en el cuerpo? ¿Quién libra a España de esta que, contemplada de lejos, parece una locura de Sánchez, con la crisis encima y con la economía deshecha?

Así que retiro lo dicho al principio sobre los petardos de la Nochebuena que asustan a nuestros perros. Peores son estos otros petardos de la política, los petardos de toda la vida, los petardos humanos. No te quiero ni contar la cantidad de ellos que quedan, desgraciadamente. Los malos y dañinos son estos otros petardos. Los auténticos petardos de toda petardez que tenemos que aguantar en España en los duros años que nos esperan.

 

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