ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 28 de diciembre de 2019
                               
 

El año de la gentrificación

Había leído últimamente multitud de veces la palabra, horrorosa, sólo superada por lo preocupante del fenómeno social que define: "gentifricación". Y me pareció siempre que llevaba una errata. Que no era "gentrificación", sino "gentificación": las calles llenas de gente, nuestra clásica bulla. Por ejemplo, el centro en las presentes Pascuas de Navidad y Reyes empetado de contempladores de luces municipales y de ángeles trompeteros de la Plaza de San Francisco, de escaparates y de empujones, mucho mirar pero muy poco comprar, como se quejan los comerciantes. Los pocos comerciantes clásicos que van quedando en el centro, donde todas son franquicias, bares, restaurantes, veladores, patinetes, comercios sin personalidad iguales que los de cualquier otra ciudad del mundo, cuyos centros vemos y parecen repetidos, los mismos rótulos, las mismas firmas. Un huevo se parece a otro huevo como un Zara a otro Zara o un Starbucks Café a otro Starbucks Café.

Y esto último es la dichosa gentrificación, palabra que aún no está en el Diccionario de la Real Academia pero que significa que los centros de las ciudades están perdiendo su personalidad, cambiando de vecindario y algunas veces hasta de función urbana, invadidos por las turbas turísticas y las hordas de los pisos de tal nombre. Que no le arriendo las ganancias a la comunidad de vecinos a la que le caiga uno en suerte. Y más si es uno de los llamados "pìsos-patera", donde se meten quince tíos gamberros con maleta de ruedas en una vivienda de dos dormitorios pensada para cuatro personas, y que no sé cómo se las componen no sólo para meterse tantos, sino para organizar esas cuchipandas nocturnas que despiertan a los tranquilos vecinos, que por culpa de la dichosa gentrificación se van sintiendo cada vez más como extranjeros en su propio barrio. Sí, los extranjeros ahora parecen los vecinos de siempre del barrio, no esta invasión de la que ya es llamada "la primera industria de Sevilla", cual el turismo.

Se ha repetido que hemos convertido a Sevilla en Parque Temático de sí misma. El consuelo es que eso ocurre en todas las grandes ciudades históricas, por este fenómeno de la "gentrificación", palabra que leo que es un anglicismo, del inglés "gentry", «baja nobleza», que era la que ocupaba un espacio urbano abandonado y lo cambiaba de carácter. Lo que más o menos ocurrió en Nueva York con el Soho y con Tribeca. O lo que cuentan y no acaban que ha pasado en Venecia, donde cada vez quedan menos venecianos, porque se van de la ciudad, entregada al turismo. En Sevilla cada vez te encuentras por las calles del centro a menos sevillanos (viviendo o paseando) y a más turistas. Los establecimientos históricos están cayendo uno tras otro, víctimas de la "gentrificación", convertidos en franquicias de comercios exactamente iguales, como he dicho, a los de cualquier otro centro de gran ciudad de Europa. Los alquileres suben y los vecinos de siempre se tienen que ir al extrarradio. Ya no se da aquel fenómeno de años atrás, que los que se habían ido a vivir al Aljarafe porque era más barato regresaban a su Sevilla de su alma. Hay que acordarse cada vez más del verso de Quevedo: "Buscas a Roma en Roma, oh peregrino,/y a Roma en Roma misma no la hallas". Buscas a Sevilla en Sevilla y no la encuentras por ningún lado, como no sea en el degradado barrio de Santa Cruz convertido en un inmenso velador para comer al aire libre y en una gran tienda de los muy horteras "recuerdos de Sevilla"...fabricados en China.

Y de todo este proceso, que se ha hecho más que patente y visible en el año que ahora acaba, es que todo esto que nos creíamos que iba a ocurrir cuando la Expo de 1992 y se buscaba entonces, ha pasado justamente 25 años más tarde. Tarde y mal. Ahora es cuando se abren hoteles a porrillo, el aeropuerto de las cochambrosas llegadas supera los eiete millones de pasajeros, son mayores las colas para entrar en la Catedral o en el Alcázar. ¿Y saben qué es lo peor de todo? Que esto es lo que hay. Y lo que nos espera. Como el que ahora acaba, se acercan años de gentrificación de lo que hasta ahora entendíamos por Sevilla y que a lo mejor ya no existe más que en la nostalgia del montesinesco "Libro de las cosas perdidas".

 

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