ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  24 de enero de 2020
                               
 

Heroicos árboles

Estos últimos días de lluvias han sido maravillosos. No porque "la lluvia en Sevilla/es una maravilla", sino porque se han regado a modo los árboles callejeros, descuidados y secos. Al monumental y amenazado magnolio de la esquina de la Catedral con Correos le ha caído toda el agua que durante el año le niegan. Porque, que sepamos, por allí nunca se ve a nadie regando planta tan hermosa, ni tiene riego por goteo, y la breve tierra de su jardincillo está siempre más seca que el ojo de un tuerto. Siempre nos hemos preguntado quién se ocupa de regar los árboles de Sevilla y en estos días hemos tenido la respuesta: la maravillosa lluvia. Hasta llenaba, como pequeñas albercas, los alcorques de esos árboles, la tierra de esos jardines, que conocen a veces menos el agua que un beduino del Sáhara.

Estoy por proponer que apliquemos también a los árboles callejeros de Sevilla los títulos de la ciudad, que se los tienen más que ganados con lo que aguantan los pobres. Cada árbol callejero, cada naranjo amargo, cada acacia, cada jacaranda, cada tipuana, es "muy noble, muy leal, muy heroica e invicta". En cuanto a "mariano", lo son los naranjos en flor. Parece con su aroma que están diciendo: "Ponedme en el paso de la Virgen de la Concepción de la Hermandad del Silencio".

Esto del arbolado de Sevilla es un milagro. No he visto menos cuenta que se les eche a los árboles callejeros y más que pujen por la vida con su belleza, su frescor, sus colores, esas flores blancas, azules, moradas, amarillas, cuando llegan mayo o junio. Planes desde luego sí que hay para ellos. Pasa en Sevilla con los planes municipales como en España con las leyes: que hay todas las que se quiera...pero no se cumplen. El arbolado callejero de Sevilla, como si fuera un tío ligón, tiene un plan: el Plan Director del Arbolado de Sevilla. Pero, ojo, que en nombre de ese plan se cometen muchos arboricidios. Hay incluso lista de espera para árboles que (dicen ellos) tienen que talar y arrancar porque están enfermos. ¿No van a estar enfermos, si no los cuida nadie, si nadie los riega, si los podan a destiempo, cuando viene con toda su fuerza la savia nueva, si muchas veces en vez de podarlos les pegan unos niquelados con la motosierra que en realidad los talan, y dejan sus ramas más frondosas como espantosos muñones de miembros amputados?

Según el plan citado, en Sevilla hay 235.000 árboles callejeros. Pero las asociaciones ecologistas y los expertos dicen que esa cifra está inflada. Y que Sevilla no cumple los mínimos exigidos para el verde de las ciudades: no llegamos a un árbol por cada tres habitantes. ¡Y cómo están de abandonados a su suerte esos árboles! Eso por no hablar de la reciente manía contra un árbol tan sevillano como el naranjo amargo de nuestras calles. Cuyas naranjas retratan tanto los sorprendidos turistas japoneses, y sobre los que ya comentamos que el Ayuntamiento tiene un plan: hacer un descaste, como de conejos en un coto, porque dicen que hay demasiados naranjos. ¿Es que algún amiguete está interesado en vender a Parques y Jardines árboles que no sean naranjos? (Espero que no acaben con los naranjos de Mateos Gago cuando hagan las barbaridades recién anunciadas para esa calle.)

Y luego, algo que sólo se ve en Sevilla. He empezado diciendo que estas lluvias han regado nuestros secos y descuidados árboles callejeros. El agua de estas lluvias les habrá caido a los árboles que no tienen eso insólito de...¡alcorques enladrillados! ¿Cómo les entra el agua a esos árboles cuyos alcorques han sido enlosados o adoquinados, especialmente tras las obras de las "plataformas únicas" de supresión de aceras. Los ecologistas han denunciado que hay en Sevilla más de 500 árboles con los alcorques cubiertos de adoquines o enlosados, por los que asoman los pobres troncos, como prisioneros sedientos. Ya digo, muy nobles, muy leales, muy heroicos e invictos árboles callejeros de Sevilla, con cuya vida y pujanza ni el Ayuntamiento puede. "¡Salve!", les diré, como en el poema de Rubén Darío de la estela que daba entrada a la Exposicipn Iberoamericana de 1929 y que está frente al Restaurante La Raza.

 

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