ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  26 de febrero de 2020
                               
 

Un pescadero

Hay una cierta forma de alcanzar la inmortalidad: que cuando te mueres, tu esquela no venga en el ABC. Lo he comprobado cuando he estado hablando sobre alguna persona como si estuviese aún entre nosotros, y alguien me ha corregido:

-- ¿Pero no te has enterado que se murió este verano?

Y, al punto, mi excusa y justificación:

-- Es que como no vi su esquela en el ABC...

-- No, sus hijos no quisieron ponerla y fue todo en la intimidad.

-- Pues para mí que aún vivía.

Es lo que afirma el viejo dicho: hasta que viene tu esquela en ABC, no te has muerto realmente. ¡Y qué esquelas! Estoy por afirmar que la esquela mortuoria, "la papeleta", que le llamaban los antiguos, es un género literario. En el que hay que tener una cierta práctica. Sabiéndolas leer e interpretar, en el texto de una esquela de ABc te encuentras vida enteras, sagas familiares completas, historias de la condición humana, hasta riñas y enemistades. Y los honores "post mortem". Hay quien deja mandado que bajo su nombre escriban enciclopedias enteras, renglones y más renglones de títulos, nombramientos, honores, distinciones y dedicaciones profesionales. Hay esquelas en las que parece un milagro que tanta letra quepa en un modelo, a lo mejor, tan chico.

Pero las que de verdad me gustan y les encantan a muchos lectores son las que dicen escuetas verdades, como la del que dejó dicho que pusieran: "Bético hasta la muerte". Esa esquela era la mejor demostración de tal convicción. A mí me emocionan las que recogen trozos de unos modos de vida quizá ya desparecidos, de oficios que ya no existen, con su brevedad y su verdad bajo el nombre del difunto: "Cigarrera", "Alfarero", "Cosario". O las que recogen, como títulos de grandeza, el mote con que el difunto era conocido en su pueblo: "Pepe el de la Josefita", "Manolo el de los Escobones". O los que se dejan de cuentos a la hora de la muerte y ponen la verdad. Por eso me ha impresionado la esquela a gran tamaño del ilustrísimo señor don Evaristo García Gómez, quien despreciando otros títulos y distinciones, mandó poner bajo las letras de muerte de su nombre su verdadera profesión, sin cuentos ni circunloquios: "Pescadero". Óle. ¡La de madrugones que lleva dentro esa palabra, en la compra de género en el mercado central! ¡La de plata de tesoros de la mar que encierra esa lisa y llana proclamación de su oficio!

Y me admiran, sobre todo, los profesionales que en vida, mucho antes de hora de la verdad de la esquela de ABC, desprecian modernas formas de llamar a su oficio, pretenciosas y rebuscadas, cuando no vanidosas, y defienden la verdad de lo antiguo. Antes de jubilarse, cuando a mi hermana Pilar Burgos la llamaban "diseñadora", contestaba inmediatamente: "Yo no soy diseñadora. Yo gracias a Dios soy zapatera, y a mucha hora". Rogelio Gómez, que en su templo sevillano de La Flor de Toranzo continúa y ha perpetuado la tradición de exquisiteces de su padre, Trifón, cuando le dicen que es "restaurador" se indigna y replica:

-- ¿Qué restaurador ni restaurador? ¡Yo soy tabernero!

Zapatera, tabernero, pescadero... ¡Y qué pescadero! Aún me estoy acordado de una mariscada de manguis que mi compadre Alfonso Ussía y servidor le sacamos a Jaime Campmany en su restaurante de O´Pazo, en Reina Mercedes. Como saben, y lo conocería de sobra el pescadero don Evaristo, el marisco, si es de gañote, sabe mucho mejor. Qué maravilla de títulos clásicos para oficios antiguos, a punto muchos de desaparecer. Y en buen sitio he puesto la era, en las páginas de ABC. Donde su fundador, don Torcuato Luca de Tena y Alvarez-Ossorio, quiso que en su esquela mortuoria, más que ningún otro título, bajo su nombre pusiera una sola palabra: "Periodista".

 

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