ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  29 de febrero de 2020
                               
 

El campo existe

De pronto nos hemos dado cuenta de que al campo le ha ocurrido como a Teruel: que también existe. El campo ha tenido de sufrir la mala prensa de los últimos tiempos y no se ha sabido ganar la solidaridad de la simpatía nacional. Hasta hace poco, los consumidores hasta se alegraban al ver en las estanterías de los supermercados los países exóticos y lejanos de procedencia de los productos que compraban: Nueva Zelanda, República Sudafricana, Chile. Ahora la gente del campo, la recia gente del campo español, ha conseguido que eso que antes era tenido como una exquisitez pase a ser la cruda y triste realidad: lo que hay que hacer desaparecer, en beneficio de nuestros productos, de las maravillas, con los precios tirados por los suelos, que producen nuestras tierras. Nuestras abandonadas tierras. El campo, que era una belleza, es ahora una ruina, y todos hemos empezado a comprenderlo. Quizá tarde y mal. Pero hay como una redención salvadora del campo español que los que lo trabajan, lo sufren, lo madrugan, lo aran, lo abonan, lo desinsectan, lo cultivan han sabido comunicar a toda la población consumidora.

Sostenible... Ahora está de moda la palabra "sostenible". Como lo está otra para muchos incomprensible y ridícula, "transversal". Y nos hemos dado cuenta todos de que el campo es insostenible. España, que era un país "eminentemente agrícola" hasta ayer por la mañana como quien dice, ha pasado a tener una agricultura absolutamente insostenible a causa de los precios del mercado, que nada tienen que ver, y nos lo han sabido demostrar, con los que pagamos en el puesto de la plaza de abastos o en la caja del supermercado. "Esos son intermediarios/en el mercado frutero", cantaban Los Sabandeños hace muchos años, y no advertíamos cómo se adelantaban con su letra a una realidad que ha llegado a caracteres de tragedia para la media España que vive del campo. La que, claro, ha abandonado los pueblos de "la España vaciada". ¿No la va a vaciar, si el campo ya no da para vivir, ni para comer a los que en él trabajan o tienen sus negocios? Los pueblos se quedan solos y sin habitantes, y no nacen niños, y se cierran las escuelas, porque no se puede vivir en el campo, por la sencilla razón de que el campo no da para vivir.

Ni el campo bonito ni el campo feo. Un amigo empresario agrícola, antes de que se produjera esta triste crisis del campo español, me comentaba:

-- A los que vivís en la ciudad os gusta el campo bonito, con sus colinas verdes, con sus tonalidades de color, sin nada que oculte la línea del horizonte. Os gusta el campo bonito. Y el campo bonito es el peor negocio. No da dinero. El mejor campo es el otro, el campo feo que no os gusta a los que vivís en las ciudades, el de los postes de las líneas aéreas, el de las naves para tractores, el de los sistemas de riego que rompen el paisaje que os impresiona... Tú dame campo feo, que es el que da dinero...

Bueno, pues ya no lo da ni el campo feo. Los precios de mercado no cubren a veces ni los costes de producción. La aceituna tiene que quedarse muchas otoñadas en el campo porque apañarla cuesta más de lo que puedan dar por ella para la almazara o el encurtido. ¿Y los latifundios? No sé si han advertido que, además, se ha dejado de hablar del tópico del latifundio en el campo español, que no faltaba en ningún libro de finales del siglo XX que se tuviera por medio progresista. Ya ni se habla de los latifundios ni de los minifundios, sino de la ruina generalizada, que es lo más triste. Como tampoco hay literatura sobre el campo, aquellos hermosos libros de Muñoz Rojas, de los Cuevas, de Halcón. Hemos vivido muchas décadas de espaldas al campo, que despreciábamos y aislábamos en sus P, entre el PER y la PAC y ahora ya quizá sea mediado tarde. Para lo único que interesaba a muchos el campo era para recalificarlo urbanísticamente, pasar su suelo de rústico a urbano, y hacer polígonos industriales o tiras de casas adosadas. Ea, pues ahí lo tenemos, en toda su crudeza y sus problemas de tan difícil solución. España se ha dado cuenta quizá demasiado tarde de que, a pesar de seguir siendo un país agrícola, aparte de las grandes ciudades, el campo también existe.

 

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