ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  26 de mayo  de 2020
                               
 

Valentín

Fue uno de esos sevillanos que se conocen por su solo nombre, sin necesidad de apellidos, como en su momento José y Juan, o luego Cayetana, o Pepe Luis, o siempre Curro. Decías Valentín y no necesitabas añadir Alvarez Vigil. En todo caso, "Valentín el de Ecovol". Valentín fue uno de esos sevillanos que levantaron un pequeño emporio económico antes que se inventara la palabra "emprendedor". Valentín lo era. Como tantos esforzados trabajadores de la Real Maestranza de los Ultramarinos, como Trifón, como Barea. El padre de Valentín tenía una tienda de comestibles en la calle Anchalaferia, frente a la plaza de abastos cuna de tantos armaos con arte y frente a Omnium Sanctorum. Y cosa rara en el gremio de ultramarinos, el padre de Valentín no venía de La Montaña, sino de Asturias. Por eso el nombre de su ultramarinos no recordaba a Villacarriedo, sino que era "La Asturiana".

Un adelantado a su tiempo, Valentín se fijó en los economatos militares, tan concurridos en aquellos años, y pensó en algo por el estilo. Un economato que no era de una sola empresa ni de una rama de la Administración, sino un club de compras de quien quisiera apuntarse, pagar una cuota y tener el carné para obtener precios mucho más baratos que en la calle. Así Valentín fundó en 1970 Ecovol, en unas naves del final de la Carretera Amarilla. Llegó a tener más de 33.000 familias asociadas, con la cuota y el carné de Ecovol. E hizo una versión comercial de la conocida frase del Padre Peyton sobre el rosario en familia: "La familia que reza unida, permanece unida". Lo de Valentín era por el estilo, pero con precios baratos: "La gran familia que compra unida". Llegó a tener 400 empleados y su precursor club de compras se situó entre las principales empresas andaluzas en facturación y ahorró a las economías familiares de Sevilla 100.000 millones de las extintas pesetas. Era una Sevilla sin grandes superficies ni espacios de alimentación. Tras el primer autoservicio de la Comisaría de Abastecimientos y Transportes (CAT) en la calles Francos y Blanca de los Ríos, todo lo más que había era el supermercado del Corte Ingles del Duque, en la última planta, quizá el primer "corner" de esta gran superficie, porque era una franquicia de Garzón. No habían abierto Alcampo, ni Carrefour y en el mejor de los casos, Mercadona eran unas pocas tiendas de comestibles de Juan Roig en el antiguo Reino de Valencia.

Ir a Ecovol con la familia en el 600 o el Simca 1.000 era una aventura. Aparte de la sorpresa de los precios tirados de baratos y de las cantidades que se compraban, en Ecovol la compra acababa con una búsqueda apasionante. No daban bolsas de la compra. Lo que comprabas lo tenías que acarrear hasta el coche en los cartones de viejas cajas de suministros que estaban apiladas por allí, y que la gente buscaba como un tesoro. Reciclaje se llama la palabra. Todos salíamos de Ecovol con nuestra caja de cartón donde había llegado el jabón de la lavadora con lo que, como socios con carné, habíamos comprado. Carné que pagaban en parte o íntegro algunas empresas a sus empleados.

Así Valentín engrandeció Ecovol, hasta que un fuego lo destruyó. Lo trasladó entonces a Montequinto, a lo que luego fue Meta, más tarde Continente y ahora Carrefour. Salvar a Valentín el de Ecovol tras el fuego fue una causa de ayuda que muchos sevillanos, entre ellos la alcaldesa Soledad Becerril, tomaron como suya. Hasta que Valentín traspasó el Ecovol de Montequinto a los franceses contra cuyos productos tanto había luchado para defender nuestra producción. No había quien le ganara en ideas. Fue el primero que introdujo en España, en las viejas cajas del Ecovol de los cartones de la Carretera Amarilla, el sistema de código de barras como lector de precios. Luego fue el primero en traer a Sevilla desde China bolsas de rafia reutilizables como alternativa ecológica a las bolsas de plástico. Fue Rey Mago de la Cabalgata del Ateneo, el gran honor civil de Sevilla, y un abonado de referencia en los toros. Traspasado su negocio, todo el mundo lo seguía recordando, honrando y apreciando como Valentín el de Ecovol. Si trajo el código de barras a Sevilla, como a todos la muerte le ha llegado como la fecha de caducidad a los yogures.

 

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