ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  14 de julio  de 2020
                               
 

El Coliseo

Hay que echarle más valor que Diego Puerta a "Escobero" de Miura. Hablo de los emprendedores que han comprado el edificio de la Puerta Jerez esquina a Almirante Lobo en cuyos bajos estaba la Cafetería Coliseo, para hacer un hotel de lujo. Tal como están las cosas en esta Sevilla con el centro desolado tras la crisis y, como todas las grandes ciudades históricas, abandonada por la práctica desaparición del turismo global. Tanto valor hay que echarle a meterse ahora en un proyecto así, que es para darle una medalla a los promotores de ese hotel en una Sevilla con muchos de ellos cerrados todavía desde el Estado de Alarma.

Por esa noticia nos enteramos que ha cerrado la Cafetería Coliseo. También. Como tantísimos negocios de esta desolación comercial. Era una de las grandes paradojas de Sevilla. La Cafetería Coliseo no estaba en el Coliseo, en el Coliseo España, sino en la Puerta Jerez, a dos manzanas de allí. Ay, el Coliseo España... Qué gran teatro se perdió Sevilla, qué cine tan majestuoso y señorial, inaugurado en 1931. Se iba a llamar Teatro Reina Mercedes, pero con la II República le cambiaron el nombre, como el Hotel Alfonso XIII pasó a ser el Andalucía Palace, y le pusieron Coliseo España. El de la gran lámpara monumental; el de los dorados y los estucos; el de la decoración de Hohenleiter en el entresuelo; el de las proclamaciones de dignidades de Portaceli. El edificio del cine fue comprado por el Banco de Vizcaya y lo iban a derribar, a pesar de su interés arquitectónico en el regionalismo. Lo salvó Florentino Pérez Embid en su etapa de director generalato de Bellas Artes, inventándose una nueva protección legal: "Monumento de interés local". Pero del Coliseo España, del de los grandes estrenos, el que durante un tiempo funcionó como tal teatro, no quedó más que la fachada. Lo vaciaron. Y fue ya sólo un recuerdo de aquella refinada Sevilla de la postguerra que frente a los tópicos del blanco y negro mantenía estos lujazos de las grandes ciudades europeas, como el Gran Britz, el Hernal o los grandes cines del centro.

En los bajos del Coliseo España, a cuyo gallinero se entraba por la Avenida, por una puerta secundaria, estaban dos cafés: el Bar Zahara y el Bar Coliseo. En sus veladores estaba siempre un personaje como de película o de novela negra: Juan el Legionario. Un egipcio que, enrolado en el Tercio de Extranjeros, se había quedado ciego en una acción de nuestra guerra contra un carro de combate y aquí se casó luego. Y que con sus gafas manoletines que tapaban sus ciegos ojos, se ganaba la vida cambiando moneda extranjera, siempre sentado en un velador del Coliseo o del Zahara, acompañado de uno de sus hijos, que le hacía de lazarillo.

El Bar Coliseo fue de los primeros de Sevilla que se transformó en cafetería a la madrileña con nombre de Estado norteamericano, con una barra de taburetes en el entresuelo donde servían algo muy de la época y de aquella moda: platos compuestos. Y era lugar de tertulias, de vida de viejo café. Cuando el banco se quedó con el edificio, pasó a la esquina de Almirante Lobo donde anteriormente habían estado las oficinas de los autobuses de Casal. Y se siguió llamando, naturalmente, Coliseo. Las cosas de Sevilla: El Coliseo no estaba en El Coliseo, como Roma no estaba en Roma en el soneto de Quevedo. Fue lugar de moda y de prestancia. Allí se reunía todos los sábados una de los últimas, si no la última, tertulias de café que hubo en Sevilla, y que formaban, entre otros ilustres asiduos, don Manuel Olivencia, don Jaime García Añoveros o don José Acedo Castilla. Era "la tertulia del Coliseo", lugar de sabiduría y de ingenio. Eran los tiempos en que la cafetería la explotaba la entonces poderosísima Cadena Catunambú, que amplió sus tostaderos de café con la hostelería, hasta su quiebra.

Todos estos recuerdos se nos vendrán encima a muchos sevillanos, que teníamos en El Coliseo hasta uno de los últimos betuneros estables de café que hubo en la ciudad. Últimamente, como la ciudad toda, decayó, hasta el cierre. Y se acabó aquel refinamiento de los esplendorosos tiempos pasados de esta ciudad cada día más irreconocible. Donde, ya digo, hay que echarle valor a abrir otro hotel de lujo con la que tenemos encima.

 

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