ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  23 de julio  de 2020
                               
 

Los rastreadores

No sé a usted, pero a mí me suena fatal el nombrecito de "rastreadores" que les han puesto a los que se dedican a seguir y seguir la huella, como en la canción de los ejes de mi carreta, de los casos graves y numerosos que se han dado por contagio del virus a causa de la imprudencia de los temerarios, hasta dar con el origen del que se lo pegó a todo el mundo. "Pegó"... ¿Han visto que desde que empezó la desgracia global del Covid apenas se usa la palabra "pegar", por "contagiar", con lo nuestra que es?

-- Ponte la mascarilla, no me vayas a pegar el virus.

Si yo me dedicara a la Sanidad y me hubieran encargado seguir la huella de los casos masivos de los niñatos que se meten en la discoteca sin mascarilla, sin guardar distancia y sin echar la menor cuenta a las mínimas medidas de protección, prontito iba a consentir que me llamaran "rastreador". Será influencia de la TV y de la cantidad de horas de consumo que le echamos, pero cada vez que escucho lo de "rastreador" me acuerdo de un anuncio que no sé si han dejado de emitir, cuyo protagonista era un perro simpatiquísimo, asalchichado y de largas orejas que casi le arrastraban, primo hermano de raza o de la misma de otro can para llevárselo a casa: el que anunciaba los zapatos Hush Puppies. Era el perro de "Rastreator", un sitio de Internet dedicado a buscarte los mejores precios en las reservas de viajes y hoteles especialmente, aunque creo que también te comparaban gangas en todo tipo. Cada vez que escucho hablar de los rastreadores que andan buscando el contagio de la discoteca, ay, de turno, o de la insensata reunión familiar sin precauciones, me acuerdo de ese perro de "Rastreator". No quiero ni pensar que la función haya creado el órgano. Que le hayan puesto ese nombrecito a los seguidores de huellas de los contagios por el perrito, que no sé de qué raza será (de gatos pregúntenme lo que quieran, pero ando cortito en materia canina), pero que le caía a todo el mundo bastante simpático, igual que el que anunciaba los zapatos.

Si me permiten echar mi cuarto a espadas sobre rastreadores, diré que van mal orientados encargando esa tarea sólo al personal sanitario. Nuestros barrios y pueblos están llenos de viejas cotillas que sí que son buenas rastreadoras de vidas ajenas, de lo que hace la gente o deja de hacer. Es la vieja del visillo, la que mira desde detrás de la persiana a todo el que pasa por la calle. La que ahora, con su teléfono móvil, tiene controlada la vida de medio pueblo. El cotilleo pueblerino sí que es buen rastreo. A las cotillas no se les escapa una:

--¿Pues sabes tú que Manoli, la sobrina de Pepita, está saliendo con un primo de Enriqueta la del Colorao y yo creo que eso va en serio?

-- No me digas...

-- Tal como te lo estoy contando.

-- ¿Pero esas dos familias no se llevaban muy mal?

-- Muy mal, no: fatal, desde aquella herencia.

-- Entonces es como lo de Romeo y Julieta...

-- Sí, anoche los vieron en la discoteca a las mismas tantas, muy acaramelados...

La cotilla de pueblo, o sea, la verdadera y auténtica rastreadora, es la que de verdad se sabe la vida y milagros de todo el mundo: dónde va o no va, con quién, cuántos más estaban, a qué hora era, dónde, qué hacían o dejaban de hacer. Sabe la cotilla de pueblo de rastreo bastante más que todos los expertos de la Consejería de Salud y del Ministerio de Sanidad juntos, y además sin ordenadores, sin programas de búsqueda de contagiados y sin tener que haber hecho cursillo alguno. Su malsana curiosidad la lleva en la masa de la sangre, y practicándola no ahora, sino toda la vida. En el colegio, de chica, la cotilla rastreadora era ya una "acusica". Que son los buscan ahora, pero con técnicas y con mejores intenciones. ¿Y saben cuáles son los mejores rastreadores? Los que no hacen falta. Ay, si todo el mundo siguiera al pie de la letra las instrucciones de Salud contra el contagio... Aquí no se le pegaba el virus a nadie. Y de rastreadores no iban a quedar más que ese simpático perrito de las orejas largas que te busca o te buscaba el hotel más barato del mundo.

 

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