Publicado el 22 de junio de 1979
"Pocas visitas he agradecido tanto como la de este fiel lector, abogado de quienes sé que me leen cada mañana sólo para tirarme almohadillas al recuadro"
Los periodistas solemos recibir visitas raras y curiosas, por mucho que tamicemos nuestros filtros. El otro día, sin ir más lejos, me iba a caer un jeque de Nigeria, que quería sacar a Sevilla del subdesarrollo con no sé qué extraños proyectos. Vienen a vernos inventores del motor de agua, y creadores del movimiento continuo propiamente dicho, y quien ha patentado una vacuna contra la peste aviar, y quien tiene un vecino que ha oído de una amiga esa historia que circula ahora por la ciudad, del señor que iba tan ricamente en el coche camino de un pueblo donde pensaban asistir a una boda, y resulta que llegó un ovni o una cosa rara y se los llevó, y aparecieron todos en Chile o en Londres con coche y todo, historia que a mí me recuerda a una especie de Jonás pasado por el Mundicolor.
Los periodistas estamos curados de espantos para las visitas, que en este oficio, con un poco de paciencia, fijo que te entra el ex obispo del Palmar de Troya, y el que habla todos los días con San Fernando, y el que es capaz de hacer andar al Ayuntamiento, que hay gente pá tó.
Pero nunca había recibido una visita tan caballerosa y leal como la de un viejo sevillano viejo, la del licenciado en Letras don José Real Balbuena, el hijo de aquel histórico guarda mayor del Parque que le puso una multa al Rey Alfonso XIII por cortar una rosa. De casta le viene a don José la lealtad y la rectitud, y con su terno negro de sevillano viejo se me presentó a ver:
—Mire usted, Burgos, yo ya tengo setenta y cuatro años y puedo permitirme decir las verdades. Al cardenal mismo voy a ir a ver un día, para repetirle lo que ya les he dicho a los canónigos, lo abandonada que tienen la Catedral, y que el Derecho Canónico prohíbe que se negocie con los templos, como hacen ellos, que hay que pagar por ir a rezarle a la Virgen de los Reyes...
—Usted me dirá, don José...
—Pues que como soy ya viejo, vengo a decirle que a muchos sevillanos no nos gusta lo que usted escribe. Ya sé que hay muchísimos a los que les gusta, y se lo dirán a usted. Otros a lo mejor le mandan anónimos. Pero yo prefiero venir y decírselo, como ya se lo dije por carta. Como quizá era una carta muy dura, por eso vengo a matizársela de palabra. No me gusta el tono populachero que emplea, las palabras soeces...
—Don José, acuérdese de la picaresca, hecha de populacherías y palabras soeces...
—Que no, Burgos, que aunque la gente hable así, no hay que llevarlo a los escritos. Usted tiene capacidad para crear belleza, y no debe recurrir a lo de Lope, «el vulgo es necio y como paga es justo el hablarle en necio para darle gusto»...
—Pero yo hago literatura con el habla de la calle...
—Eso es lo que no me gusta, que diga usted «tela marinera» y «una jartá»...
Eso está al alcance de cualquiera...
—No, señor Real, yo creo que lo fácil es lo otro y esto lo difícil...
—Mire, ni usted me va a convencer a mí —terminó diciéndome— ni, por lo visto, yo a usted. Pero soy ya viejo, y me permito darle este consejo. Y que conste que seguiré leyéndole todos los días...
Pocas visitas he agradecido tanto como la de este fiel lector, abogado de quienes sé que me leen cada mañana sólo para tirarme almohadillas al recuadro, como le llenan la plaza a mi Curro de mi alma. Sevillanos viejos y leales como don José Real quedan pocos. Por algo es hijo de quien multó a un Rey por cortar una rosa del Parque...
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