ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  19 de septiembre  de 2020
                               
 

La doble clausura de Santa Paula

Como antiguos milagros del Cristo de San Agustín sacado en rogativas en las pestes históricas que padeció Sevilla, o como favores de San Roque, Patrón contra las epidemias, se han producido dos pequeños portentos que, al conocerlos, muchos hemos mirado al cielo. El uno ha sido del Venerable Miguel Mañara, que ha conseguido, con el rigor y aplicación de normas estrictas por parte de los hermanos, que ninguno de los 80 acogidos en su Hospital de la Caridad haya sido contagiado por el coronavirus, cuando las residencias de mayores han sido la triste cantera funeraria en la letalidad de la epidemia.

Y quizá el otro tenga mayor mérito, obra de otra figura tan sevillana como Mañara. Me refiero a las Hermanas de la Cruz. Los acogidos en La Caridad han estado prácticamente sin salir a la calle, alejados de todo peligro, como confinados voluntariamente. Pero los Hermanas de la Cruz han continuado con su bendita tarea de cada día, echadas a la calle para velar enfermos, para asistir a necesitados, saliendo y entrando, y cogiendo muchas veces autobuses donde usted sabe cómo se guardan las llamadas "distancias sociales" de precaución contra el virus. Y, que sepamos, ninguna Hermana de la Cruz ha sido afectada por el mal, a pesar de estar en la calle, como las hemos seguido viendo, en esas impresionantes parejas de la que habla y de la que no habla, de la de toca negra y la de toca blanca, ejemplo sevillanísimo de la entrega exclusiva a Dios a través de las buenas obras.

Pero Santa Paula, ay, la del convento de la histórica portada de ladrillo agramilado con la cerámica única de Niculoso Pisano, no ha debido de tener tanta mano como el Venerable Mañana o Santa Angela de la Cruz. Porque el coronavirus ha entrado en el convento de Santa Paula como un visitante no deseado de su museo. Las diecinueve monjas jerónimas de la comunidad de Santa Paula, las que hacen la mermelada de antología y las exquisiteces más delicadas, se encuentran confinadas debido al positivo de su priora, lo que ha llevado a extremar las medidas sanitarias y al confinamiento de todas las religiosas. De las veintiuna hermanas que componen la comunidad sólo diecinueve están recluidas, porque dos de ellas viajaron a la India y con el confinamiento no han podido regresar todavía. Son, pues, 19 las que han quedado en cuarentena.

A la India... Los conventos sevillanos han sido una especie de playa de los Lances donde han llegado unas de pateras a lo divino con religiosas de lejanos países africanos u orientales que han nutrido y mantenido comunidades que estaban a punto de extinción por falta de vocaciones españolas. ¿Usted sabe cómo se llama la priora de Santa Paula, la que ha cogido el coronavirus, la que ocupa en el cenobio el puesto de la recordada, santa y cultìsima Sor Cristina de Arteaga, hija del Duque del Infantado? Pues la priora se llama Madre Tiyama Irimpan. Ya digo han sido como cayucos sagrados de religiosas llegados de lejanos países los que han mantenido con vida muchas comunidades de nuestros conventos.

Lo de Santa Paula, además, es algo insólito. Que estén confinadas las religiosas de clausura es como una doble clausura. Clausura dentro de la clausura. Reja dentrode la reja. En los días del confinamiento del Estado de Alarma, supimos desde un punto de vista humano lo que es este confinamiento a lo divino. Curiosamente, se acabó la harina. ¿Sería que todos, al modo de las religiosas de clausura, querían en su confinamiento imitar los dulces de las hermanas, y dedicarse a elaborar la alacena de las monjas? Sea como fuere, lo que sí necesitan las hermanas de Santa Paula es que ahora más que nunca vayamos a comprar sus mermeladas, tan exquisitas, como forma de ayuda en estos difíciles momentos, mermados sus ingresos por la baja del turismo y cerrado el museo sin poder recibir visitas. Ya que Santa Paula ha tenido tan poca mano en esta ocasión, esperemos que el Venerable Mañara y Santa Angela de la Cruz, al frente de los sevillanos, acudan en ayuda de las monjas de Santa Paula, las del pleonásmico confinamiento dentro de la clausura.

 

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