ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  4 de octubre  de 2020
                               
 

Una alegría llamada Paco Robles

Qué alegría más grande, Dios mío de mi alma, abrir el ABC y volver a encontrarte un artículo Paco Robles, totalmente marca de la casa, sobre el Gran Poder y el cuarto centenario de sus jechuras. Que más que un texto periodístico, como tantos otros del prolífico autor, es una protestación de fe en Dios y en la Sevilla que todo lo resiste. Al leer la prosa poética de esa taracea preciosista de Robles sobre el Señor, me ha acordado de aquellas amargas horas de incertidumbre sobre su vida, en la que Alberto García Reyes me iba dando cada día el parte de las angustias y los temores, de las alegrías y las esperanzas, sobre la salud de un Paco Robles por el que nadie daba un duro. Sí, con razón ha escrito Paco Robles, y desde el observatorio privilegiado de la propia Casa del Señor, a la que sólo pueden entrar los elegidos, sobre el Gran Poder. Estoy completamente convencido de que este artículo de Paco Robles, con el que nos ha dado la inesperada sorpresa y el alegrón inmenso de su vuelta a estas queridas Tres Letras, que lo de nuestro articulista querido ha sido un milagro de ese Doctor de la Bata Morada que, como decía el inolvidable y señorial Luis Rodríguez-Caso, "cura hasta los resfriados".

Siempre he admirado en Paco Robles su enorme capacidad de trabajo. A veces parecía que tenía no sólo el don de la ubicuidad, sino toda una cuadrilla de negros literarios escribiendo para él, cuando todo era personal y a brazo, como el chocolate de los benedictinos. Lo mismo te encontrabas cada mañana su artículo en ABC, pegado a la actualidad, que ponías la radio y escuchabas su voz y su criterio lleno de sentido común en el programa de Carlos Herrera o en los debates de Canal Sur Radio con Jesús Vigorra. O en la tele. Y cuando no estaba dirigiendo el Aula de Cultura de ABC es porque estaba preparando el nuevo número de la revista "Pasión en Sevilla", en la que tuvo la generosidad de incluir la sección "La Semana Santa de Burgos". O te enterabas que era el comisario de una exposición, de tema sevillano naturalmente. O que participaba en una mesa redonda, a la que siempre daba su pellizco de personalidad y de gracia. O de guasa. En menos de horas veinticuatro, Paco pasaba del "Divagando por la Ciudad de la Gracia" al "Callejeando por la Ciudad de la Guasa". Por no hablar de sus libros. No digo ya los "Tontos de capirote", con el que hizo el debú sin caballos y se dio a conocer en Sevilla, o los recientes "Frikis de capirote", publicado apenas hace siete meses, poco antes que sufriera el accidente vascular que nos hizo temer por su vida a quienes somos sus amigos y le tenemos ley. ¿Y sus novelas? ¿Y sus pregones? Aunque ha proclamando que se ha cortado la coleta como aspirante al atril del Domingo de Pasión, yo recuerdo ahora como un derroche de ingenio, de sevillanía y de macarenidad su inolvidable Pregón de los Armaos, en la tradición del mejor Galerín, del mejor Don Cecilio de Triana, guasa pura. ¿Y su antología poética de la Semana Santa? Los más secretos versos de hondura literaria sobre el mundo de las cofradías, por encima de las rimas de "Macarena" con "pena", lo más granado, lo más conseguido, están en esa antología imprescindible.

¿De dónde sacaba Paco Robles esa enorme capacidad de trabajo? En unos dones del Espíritu Santo bien administrados y trabajados, sin creerse nunca nada en la ciudad de las falsedades y las puñaladas por la espalda en cada abrazo; sin engreimientos; como si cada papel nuevo que escribiera fuese el primero que plumeaba en su vida; como he sentido ahora al leerle, con tanta alegría, en el artículo de su reaparición, "El Señor del Gran Poder". Sí, eso: reaparición. Ha sido como la vuelta a los ruedos de un gran torero después de un cornalón de caballo. Se le ve, nuevamente, sobrado. Gracias a ese Doctor de la Bata Morada que vive en San Lorenzo y con el que nos has emocionado a todos en tu vuelta a los ruedos del mejor periodismo literario. Me honras repitiéndome que descubriste por mi culpa a Sevilla, cuando desde el Callejón de Dos Hermanas le ibas a tu padre a por el ABC en el puesto de la Puerta de la Carne. Yo me honro ahora en proclamar que gracias a Dios, que vive en San Lorenzo, hemos vuelto a leer y tenemos de nuevo entre nosotros a un grande del periodismo.

 

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