ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  14 de octubre  de 2020
                               
 

Una vergüenza

En otras ocasiones de celebración de la Fiesta Nacional, tras el desfile se ha comentado siempre la habitual anécdota de la cabra que la Legión lleva como mascota y que despierta todas las simpatías y concita la admiración del público. Por no hablar de los 120 pasos por minuto del Tercio, que en uno de los primeros desfiles a los que la Princesa de Asturias asistió como heredera de la Corona, casi siendo una niña, al acercarse los novios de la muerte le preguntó candorosamente a la Doña Leticia: "Mamá, ¿quiénes son estos señores de verde que van tan ligeros y con una cabra?". Este año, en unos actos del Día de la Fiesta Nacional que, como media España, también han estado confinados, en el Patio de la Armería del Palacio Real, aun con los efectivos militares presentes tan reducidos, también ha estado la Legión con toda la razón del mundo, al celebrar su centenario, razón por la que me sumo a las peticiones de la Cruz Laureada de San Fernando que se hacen para el antiguo Tercio de Extranjeros, que curiosamente, para que le quiten tanta leyenda negra, fue la que envió el Gobierno de la II República en 1934 a sofocar la Revolución de Asturias.

Como este año todo era minimalista, la Legión, como vieron, iba en el breve desfile sin cabra con su escuadra de gastadores. Pero no hay que preocuparse. Todos los comentarios que suscitaba la cabra de Legión han sido ocupados por los levantados por la desafiante salida de pata de banco de Pablo Iglesias y su esperpéntica mascarilla con símbolos republicanos y propaganda de la Sanidad Pública (que fundó Franco). En los ecos de la Fiesta Nacional, Iglesias ha ocupado este año el papel de cabra de la Legión. El creerá que daba el número, pero lo que daba era vergüenza. Estoy harto de decir, y lo repito, que a la puerta de Palacio, tanto en La Zarzuela como en el de Oriente, deberían poner un portero de discoteca, de los que no dejan entrar a quien va con zapatos deportivos o con atuendo inadecuado. Si hubiera puesto a ese portero de discoteca como filtro en los accesos al confinado acto de la Fiesta Nacional en Palacio, no hubiera dejado entrar a Pablo Iglesias, por ir sin corbata y por querer ser hombre-anuncio con la mascarilla de la propaganda contra el sistema que lo mantiene precisamente de vicepresidente del Gobierno de coalición social-comunista. Para Pablo Iglesias, por lo visto, es más importante el acto de entrega de los premios Goya que la exaltación de los valores patrios en Palacio en el Día Nacional. A los Goya, Iglesias acude tal como pide la invitación: con esmoquin y corbata de lazo. No, no va despechugado a los Goya, que por lo visto son para él mucho más importantes que el pretendido desplante ante Su Majestad y cuanto representa la constitucional nación española en el día de su Fiesta.

Una vergüenza. Una vergüenza que nadie desautorice a esa parte podemita del Gobierno de coalición que al tomar posesión de sus cargos prometio lealtad al Rey y cumplir la Constitución, cosa que no hacen cada día estos perjuros, ante el silencio cómplice del presidente Sánchez, que no ha desautorizado ninguno de los ataques a Don Felipe VI y a la Constitución de 1978 por parte de esta gentuza llegada al poder desde las tiendas de campaña de la Puerta del Sol en el 15-M, y que es fundamental para el apoyo al Gobierno, junto con los separatistas catalanes, otros que tal bailan, que se dedican a derribar figuras como de Fallas de Su Majestad. Pero eso, claro, es libertad de expresión. Poner banderas de España en recuerdo de las más de 50.000 víctimas mortales del Covid es algo denunciable, pero ir contra el sistema desde dentro del propio sistema no es una contradicción y un peligro, sino libertad de expresión. Ay, qué tiempos aquellos en que hablábamos de la cabra de Legión y no de esta vergüenza nacional del vicepresidente Iglesias...

 

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