ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  10 de noviembre  de 2020
                               
 

Estantes vacíos

Al principio de esta Tercera Guerra Mundial sin enemigo visible que estamos sufriendo, cuando las semanas de confinamiento de la primera primavera que nos robaron, nos creímos que el barquinazo de la economía sevillana, el paro, los ERTE, los despidos, los cierres de comercios y hostelería, eran por el modelo de ciudad que habíamos diseñado: el Parque Temático Turístico que convirtieron el centro con tanto hotel, tanto restaurante, tanto bar, tanto velador, tantos grupos de japoneses con la guía de la banderita delante, guiris por doquier arrastrando maletas de ruedas y consultando en el plano extendido dónde estaba la calle del piso que habían alquilado para meterse siete. Pero no ha sido así. No, no era el turismo lo que había fallado. Ni del modelo de ciudad impuesto en función del turismo como primera y casi única industria. Era algo más profundo. Afectaba al mundo entero y muy especialmente a Europa. A la Europa que nos cerró de pronto sus fronteras y suspendió las conexiones aéreas, y creímos que ahí estaba la causa de todos nuestros males.

El tiempo viene demostrando, ay, que esto es algo más profundo, más terrible. Si da miedo escuchar a los políticos el anuncio de medidas para tratar de aplanar las curvas de contagios, más lo dan las desiertas calles de Sevilla, de todas las ciudades españolas y europeas. Donde parece que ha caído una bomba atómica o que un desastre bacteriológico ha hecho desaparecer a la población, como en una película de ciencia-ficción. Es como una larga pesadilla de la que ojalá despertemos pronto un día. Veremos a ver qué queda de todo cuanto fue cuando todo haya pasado, si es que alguna vez ocurre antes que todos hayamos enfermado. Dan pánico esas calles vacías, ahora a partir de las 6 de la tarde obligatoriamente; esas noches desiertas del toque de queda donde apenas pasan más que las oscilantes luces de ambulancias y coches de la Policía. Pero más miedo me da la mentalidad de años del hambre, de postguerra, que se ha impuesto. Más que las calles vacías, dan miedo los estantes de los supermercados desabastecidos, con las colas acopiando comida y suministros para nunca sabe nadie cuánto tiempo más. Y si esto va a peor después del 23 de noviembre, el día de San Clemente, cuando San Fernando tomó esta Sevilla desconocida, fecha señalada hasta ahora por la Junta para ver si logramos entre todos detener la mayor catástrofe sanitaria, económica, social, política y laboral que hemos vivido en los últimos cien años. Esos estantes vacíos de los supermercados recuerdan las cartillas de racionamiento de la postguerra, los que llamaron "años del hambre", cuando tener en casa un saco de garbanzos era guardar un tesoro. Y nosotros, cándidos, creíamos que todo era porque había fallado, con el turismo, aquel modelo de Parque Temático de Ciudad del que nos quejábamos y que ahora añoramos como la felicidad perdida.

 

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