ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 4 de mrrzo  de 2021
                               
 

El Káiser del Arenal

Si la Feria la inventaron un catalán y un vasco, los pilares de la Sevilla de la revolución industrial los pusieron extranjeros. Ingleses instalaron el agua potable, y aún se ven por las calles registros con las iniciales SWW: "Seville Water Works". Y la compañía germano-suiza de Otto Engelhart nos puso los primeros tranvías eléctricos y comenzó la electrificación de la ciudad. Lo que son nuestras cosas, cómo las hacemos nuestras: aquella iniciativa extranjera terminó siendo "Sevillana de Electricidad".

A esta empresa de los tranvías de Engelhart vinieron muchos técnicos alemanes. Entre ellos, los antepasados de quien, como "Sevillana de Electricidad", yo llamaría "Compañía Bávara de Sevillanía": don Otto Moeckel von Friess, que con su hermano Emilio se establecieron por su cuenta con una empresa que modernizó una Andalucía donde en muchos pueblos aún no había luz y llevó de motores a los talleres de una tardía revolución industrial. Se estableció Don Otto yo iba a decir que en El Arenal de su alma, pero matizo: en la Sevilla de su corazón. Don Otto trajo e instaló muchos motores eléctricos que aún vemos en viejas industrias, pero sobre todo importó algo que faltaba bastante en Sevilla: seriedad, rectitud, disciplina, amor por la excelencia. Baviera pura. Lo que se dice un caballero de la católica Baviera de su origen, aunque naciera en Sevilla el año de la Exposición Iberoamericana. Don Otto era un espejo donde mirarse en muchas de sus hondas creencias religiosas y cívicas. Con esos apellidos, como el ilustre "Von Friess", nadie podía imaginarse que aquel alemán era Arenal puro, Sevilla esencial. Defendía y servía a lo nuestro como sólo un alemán podría hacerlo. Sí, era como un Káiser del Arenal, a cuya Hermandad del Baratillo y a su Virgen de la Piedad sirvió toda su vida y en la que llegó a ser hermano mayor desde 1967 a 1974. En aquellos años difíciles, y en los que les precedieron y le siguieron, Baratillo se pronunciaba en alemán y se decía Don Otto Moeckel. Años en que las cofradías giraban en torno a la entrega de una persona, y en El Baratillo, fue Don Otto, que engrandeció la hermandad hasta tal punto que, ya ven, ahora tienen que formar sus tramos para la salida en la plaza de los toros, ya que no se cabe en aquella pequeña capilla de barrio en la que volcó algo fundamental para un alemán de Baviera y sevillano del Arenal, que ambas cosas era: su fe en Dios y su servicio a la Iglesia, que le premió su entrega con la cruz Pro Ecclesia et Pontifice.

Hablar con Don Otto era escuchar sabidurías y mirarse en principios abandonados en nuestro tiempo. Hablar con Don Otto era escuchar a un caballero a la antigua, de los que ya, ay, no van quedando. Elegante como pocos, creo que nadie vio nunca a Don Otto en mangas de camisa y sin corbata, ni aún montando el paso de su Piedad. Ay, aquellos veraniegos trajes de mil rayas de Don Otto, ya no los veremos más. Pero sí trataremos de seguir el ejemplo de rectitud y disciplina de nuestro querido y respetado Káiser baratillero.

 

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