ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 25 de mrrzo  de 2021
                               
 

Una tabernita junto a Las Escobas

Aún era el ultramarinos de Sanz la tienda que tenía colgado en la esquina de Placentines el Bacalao de su rótulo y que ahora, repuesto gloriosamente en su lugar, le da nombre a la Cuesta de Argote de Molina. Era una calle Conteros aún de barrio, sin turistas, con su droguería en la esquina de Alvarez Quintero, con su casa de mudanzas de aquel capitoné de ruedas tan pequeñas tirado por mulas, con su barbería, con su histórica y primitiva taberna de Las Escobas, con las antigüedades de El Moro. Al lado, ya metiéndose en Alvarez Quintero, había una pequeña taberna, estrecha como un tubo. Más todavía que "El Tubo" de la plaza de San Francisco y su perenne olor de gambones a la plancha. Y con aquella tabernita estrecha más que un tubo, naturalmente que sin cocina, se quedó un tabernero de Villalba del Alcor, uno de los muchos que El Condado nos mandó a Sevilla. Se llamaba Juan Robles. Lo conocí entonces, porque allí, en aquella pequeña taberna estrecha y con el vino del Condado y el mosto de Umbrete, paraba Pepe Mesa, comerciante de ropa hecha en la Alcaicería, abuelo político de Rafa Serna, que se tomaba allí su copita al mediodía con mi padre. Era la tabernita de Juan Robles junto a Las Escobas uno de esos templos del vino casi a palo seco que había entonces en Sevilla, donde todo lo más te ponían de tapa una conchita de aceitunas perdigón, de altramuces o de avellanas, o una tira de bacalao seco para que te entraran más ganas de beber.

Cada vez que veía a Juan Robles pendiente siempre de cómo marchaba todo cuando su gran empresa estaba sirviendo un cáterin, yo me acordaba de aquella tabernita estrecha como un tubo donde empezó, con sus tapitas de altramuces que te ponía sin que las pidieras. Y le reconocía el enorme mérito que tuvo Juan Robles: levantó un imperio de la hostelería desde el trabajo de aquella tabernita. La gente de Villalba son así, y muchos de ellos llegaron a las tabernas de Sevilla, como los montañeses habían llegado a los ultramarinos. Hasta con el Ochoa de Gines para bodas llegó a quedarse Juan Robles, a fuerza de trabajo, de esfuerzo, de toda una familia volcada en el negocio. Extendió su imperio por los alrededores de aquella tabernita. Allí empezó Casa Robles, donde comenzó en Sevilla el refinamiento de la nueva cocina y de los deliciosos postres de su hija, lugar obligado para los que llegaban de Madrid y les habían hablado del restaurante. Yo creo que esos clientes venían directamente desde el Ave a Casa Robles, donde te encontrabas a todo el mundo que te tenías que encontrar, en la barra o en las mesas del piso de arriba, con sus antigüedades de bustos de mármol o bronce que nadie sabía quiénes eran ni qué hacían allí.

Y luego, Cuesta del Bacalao arriba, se fue quedando con bares y restaurantes, imperio y emporio, hasta llegar a la esquina de Francos donde resucitó la locura hostelera del Loco de la Colina. Me metí muchas veces con Robles, y, como un señor del mostrador que era, nunca me reprochó nada ni me negó un saludo, una sonrisa y una frase cariñosa. Yo ahora, en su memoria y en homenaje a su vida de trabajo, para que vean lo que he sentido su muerte, hasta me olvido del Bar Laredo.

 

Correo Correo Si quiere usted enviar algún comentario sobre este artículo puede hacerlo a este correo electrónico

         

 

 

                                      Correo Correo            

Clic para ir a la portada

¿QUIÉN HACE ESTO?

Biografía de Antonio Burgos


 

 

Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L. Sevilla, España. 
¿Qué puede encontrar en cada sección de El RedCuadro ?PINCHE AQUI PARA IR AL  "MAPA DE WEB"
 

 

 


 

Página principal-Inicio