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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  15 de junio  de 2021
                               
 

La risa de Isabel Cobo

Víctima de una leucemia como un desbocado caballo del Apocalipsis, se nos ha ido la sevillanísima Isabel Cobo. Pero siempre nos quedará el recuerdo de su risa. Su risa franca de hacer felices a los demás. Y nos quedará, con sus ánimos de sus últimos días, el ejemplo de la unión de una familia, que seguía tan hecha una piña como cuando vivía la matricarca, Doña Carmen, una de las primeras mujeres farmacéuticas que hubo en España. Isabel era como de otro tiempo. Pero vivía intensamente el presente. Que no me hablen de la mujer emprendedora sin que la pongan a ella en cabeza. Yo la he visto en una fiesta, o en una cena al final de una ópera, a las tantas de la mañana, y no retirarse hasta atender al último invitado, sabiendo que al amanecer que estaba casi por llegar estaría a las 8 de la mañana en el negocio familiar del tostadero de café que llenaba de olores coloniales la calle Azafrán, donde continuo el trabajo de su padre, Moisés Cobo Abascal, "sucesor de Ángel Abascal", cuyas iniciales daban nombre a la marca "Moca", en un gremio de la ciudad más cafetera de España que estuvo casi siempre en manos de montañeses, como los Saimaza o los Trueba o Catunambú.

Isabel sabía recibir como ya no se estilaba, como los jazmines en el ojal de María Dolores Pradera. Su agenda era como un Gotha de Sevilla, de Madrid, de Jerez, de Santander, donde en el tirón de la tierra de sus mayores montañeses abrieron casa y pasaban los veranos sorprendiendo a todos con la delicadeza de abrir sus salones. Primero, en la plaza del Cristo de Burgos, donde cada Miércoles Santo abría sus balcones para ver la entrada de su hermandad del Cristo de Burgos, de cuya Madre de Dios de la Palma era camarera su hermana Carmen y que solía llevar más de una Semana Santa joyones de la familia. Luego, en su exquisita casa de la calle Cardenal Cisneros, un museo de antigüedades, otro mundo.

He hablado de su hermana Carmen y caigo en la cuenta de que en la dual Sevilla, como una Justa y Rufina que aguantaban la Giralda de los viejos y refinados usos sociales, no se citaba nunca sola a Isabel. Eran "las Cobo", y en este plural incluíamos la delicadeza y la preocupación por agradar a los demás de las dos hermanas, su mundo de relaciones sociales, su afición por la ópera. Ay, la ópera... Isabel Cobo era de las personas más aficionadas a la ópera que he conocido. Se las había oído todas, en todos los montajes, en todos los escenarios. Especialmente las que cantaba su gran amigo Plácido Domingo, al que seguía, como un aficionado sigue a un torero, por todos los escenarios de Europa o de América. Lo mismo iban a escuchar a Plácido a Viena que a Moscú. Plácido era como uno más de su familia, tan unida hasta en esta afición. Era como una embajadora de la mejor Sevilla por el mundo, siguiendo a Plácido o a su otra gran predilección operística, su amiga Ainhoa Arteta. En un suspiro de dolor, se nos ha ido Isabel Cobo. Para mí seguirán siendo "las Cobo", en el plural de una familia ejemplarmente unida. A saber: Carmen, y la risa contagiosa y llena de vida de Isabel, que seguiré oyendo siempre como recuerdo inmarcesible de la amiga que se fue.

 

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