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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  21 de junio  de 2021
                               
 

Muy cafetera ciudad

Cuando acaba la Feria, las bodegas de Sanlúcar y Jerez suelen decir la cantidad de manzanilla o de fino que hemos consumido. Que suelen ser piscinas. Olímpicas. Pero hay un dato de la sociología sevillana del que nunca hemos visto una cifra oficial y fiable: cuántos cafés se toman en Sevilla al cabo del día solamente en los bares, sin contar con las máquinas caseras de cápsulas o de grano molido que cada vez abundan más en lugar del clásico pucherete. Me pongo lo que sea a que Sevilla es una de las ciudades más cafeteras de España: café bebío al levantarse; café del desayuno en la calle, bien acompañado de tostadas, a media mañana; cafelito después de comer, tras el postre; café de media tarde. ¿Cuántos cafés se toma el sevillano al cabo del día? Así hay tantas marcas sevillanas, sevillanísimas, de café. En el recuerdo o en la realidad.

Al despedir el otro día a mi querida Isabel Cobo recordaba el tostadero de café de su padre, Moisés Cobo Abascal, quien tomaba las iniciales para su marca Moca. Y evocaba el delicioso olor a café de la calle Azafrán. Es que Sevilla, en aquellos entonces, olía a tostaderos y a torrefactores de café, con las grandes marcas, muchas de ellas, como el mundo de las tabernas, en manos de los emprendedores y trabajadores montañeses. La calle Azafrán olía deliciosamente a café como olía Marqués de Paradas, donde, esquina al Cine Avenida, estaba el tostadero de Catunambú, entonces en manos de la familia Vega, propietaria también de una cadena importante de cafeterías. En San Bernardo y la avenida de Eduardo Dato, frente a la Fábrica de Artillería, olía a café de un modo que hasta te entonaba el cuerpo y te daban ganas de pedir uno cortado bien tirado, espumoso, denso. Allí, en Eduardo Dato, estaba el tostadero de Trueba y Pardo, una casa histórica de café, desaparecida como Cafés Valdés. Y nada digo de los alrededores de la calle Cuna y la calle Compañía, hasta donde llegaba desde la calle Goyeneta el olor del tostadero de Saimaza, la factoría de la familia Sainz de la Maza.

Ahora no es que Sevilla haya dejado de ser cafetera ni que no se tueste aquí el café que nos bebemos a cientos. No huele a café porque hay nuevas marcas cuyos tostaderos están fuera del casco de la ciudad. Catunambú, ahora de la familia Borrás, tiene sus tostaderos en el Polígono Calonge y en el Polígono La Isla. La pujante Café Imperiale, antes en Alcalá de Guadaira, tuesta en una fábrica nueva en Utrera. También en Alcalá tuestan los cafés A.B., iniciales de su promotor, Andrés Bermúdez. En Dos Hermanas, otra marca muy nuestra y nueva, Soto Café. No creo que haya lugar de España con tantos tostaderos de café. Tan cafetera es Sevilla, que de aquí sacó el recién desparecido profesor Clavero su fórmula política autonómica: "Café para todos". Y sobre todo me encanta, por sevillano, el nombre artístico de Emilio Fernández de los Santos, un guitarrista flamenco del Polígono Sur, alma de la loable Fundación Alalá: "Caracafé". Sí, no se rían: en el fondo, todos los sevillanos somos un poco caracafé, de tantos como no tomamos al día.

 

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