ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 16 de septiembre  de 2021
                               
 

Volantes negros para Lina

Lo que son las cosas de Sevilla. La tienda de Lina estaba en la calle Lineros. ¿Dónde iba a estar? Entrabas allí y era como si llegaras a un trozo de una casa de modas de París, de las de alto copete, pero por lo flamenco. Había un paradójico silencio entre aquellas perchas llenas de trajes que pronto habrían de acostumbrarse al sonoro riá pitá de los palillos de las sevillanas que las niñas habían aprendido con Enrique el Cojo. Lina nunca me pareció de aquí, sino de por ahí. Como una gran modista que en vez de haberse dedicado a las pasarelas de París, de Milán o de Nueva York hubiera elegido lo más castizo y popular de nuestra tierra para refinarlo y hacerlo arte mayor. Las costureras hacían vestidos de gitana. Lina cosía y diseñaba trajes de flamenca. De los que hizo alta costura. Para mí que sucedió en el trono de los trajes de flamenca a las míticas Pardales de las coplas del Pali. Pero con más innovación en el buen gusto, que si yo supiera algo explicaría todos los cambios que hizo al traje de flamenca para que la mujer estuviera más elegante.

El taller de Lina, que siempre me honró con su simpatía, tenía, eso, algo de "atelier" de alta costura de un Dior, de un Valentino, de una Coco Chanel. Pero con volantes. Pero con mantoncillo. Pero con mangas hechas a la medida exacta de la vuelta de las sevillanas. ¿Y las batas de cola? No había más que ver salir al escenario a Juanita Reina o a Rocío Jurado para saber que aquella bata de cola era de Lina. Batas que, como las artistas que las vestían, llenaban todo el escenario. Llevaban su firma. La firma de su gracia, de su elegancia, de su proporción, de su medida. Y sin salirse de los cánones, ahora que se hacen trajes de flamenca de tela vaquera y, al paso que vemos, serán pronto de arpillera.

En aquel taller de la calle Lineros, una foto irrepetible: Grace Kelly saliendo del Hotel Alfonso XIII camino de la Feria, con un traje de flamenca inconfundiblemente de Lina. Yo creo que Grace Kelly no supo lo que era la gracia de su nombre hasta que se puso aquel traje una mañana de Feria. O Doña Sofía, de Princesa de España todavía, en El Rocío, a caballo, con un traje de Lina como sólo podía hacer ella: para una reina.

¿Y su educación, y sus buenas maneras, y su delicadeza, dónde las dejamos? Por eso digo que Lina me pareció siempre como de por ahí, de otros mundos de la moda. Precisamente porque añadió esa moda de otros mundos a algo tan nuestro como el traje de flamenca. No le hacía falta la etiqueta para firmarlos. La etiqueta estaba en su lápiz sobre el papel, en su aguja, en su probador. Ver a Lina allí en la calle Lineros junto a sus dos hijas, Rocío y Mila, delicadas como inglesitas, era como encontrarte con una lady británica entre volantes. Hoy esos volantes son todos negros de luto, como una bata de cola para que Juanita Reina cante que por Gelves viene el río teñío con sangre de los Ortega. Lina se nos ha ido. Estuvo con la aguja en la mano hasta el último momento. No se daba la menor importancia. Y, sin saberlo, elevó el traje de flamenca a la categoría de Bella Arte. Luzca para ella la luz eterna del albero de abril con sus trajes de flamenca.

 

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