ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 25 de noviembre  de 2021
                               
 

Los homenajes, en vida

Cuando pase por la calle Adriano camino del Postigo, en la esquina de la patriótica tienda de las banderas y los polos con los colores de España, donde la lápida del Via Crucis cervantino y la puerta casi secreta de la plaza de los toros por donde los chavales del barrio bajábamos los sábados tras ver el manifiesto de la novillada del domingo, leeré en azulejos el justísimo nombre nuevo del final de la antigua calle de Gracia Fernández Palacios: Otto Moeckel. Y me parecerá que no ha pasado el tiempo, y que de un momento a otro, por la acera del Negro, con su impecable traje de mil rayas, me voy a encontrar a don Otto Moeckel von Friess, que va o viene a la capilla de su Virgen de la Piedad del Baratillo. Y que me voy a parar de charlita con el alemán del Baratillo o el baratillero de Baviera, tómenlo por donde quieran, y aprenderé en la itinerante cátedra de la acera sus lecciones de igualar con la vida el pensamiento, siempre tan recto, tan ecuánime, tan insobornablemente libre en su fe tradicional, como un filósofo germano traído al Arenal.

Pero Don Otto, ay, ya no puede ver su calle. Bueno, me corrijo: sí la estará viendo, desde el cielo azul Baratillo o azul Carretería donde ya lo tendrá para siempre entre sus brazos, como al Cristo de la Misericordia, su Virgen de la Piedad, a cuya hermandad entregó su vida y su ilusión. Don Otto, a quien sus vecinos de la familia Arcenegui lo apuntaron de hermano siendo un rubianco niño medio alemán nacido en Sevilla, en 1938, lo fue todo en El Baratillo: hermano mayor, padre de hermano mayor, hermano de honor, hermano protector. Pudo ver en vida otros justos homenajes que le hicieron, como la concesión de la medalla de oro de la hermandad, la medalla de la ciudad de Sevilla, la medalla de plata de la Real Maestranza de Caballería o la cruz Pro Ecclesia et Pontifice que le otorgó el Papa Benedicto XVI.

Pero nuestro Kaiser del Arenal no pudo ver en vida este máximo honor de su calle y en su barrio. En cierto modo, la calle de Don Otto es también un homenaje a sus antepasados, a los inicios de la revolución industrial, los alemanes que vinieron a Sevilla a trabajar con Otto Engelhart, quien electrificó la ciudad y gran parte de la provincia a finales del siglo XIX con una compañía germano-suiza que también montó los primeros tranvías eléctricos y fundó la incipiente Compañía Sevillana de Electricidad. Se ruborizaría si digo ahora, como afirmo, que al rótulo de la calle Otto Moeckel le falta algo: el Don por delante por el que en Sevilla entera lo llamaba, como un título de cariño, de respeto y de admiración por su rectitud, su caballerosidad, sus educadísimas maneras, que nunca se le escuchó hablar mal de nadie ni largar de nada, y que contra corriente exponía siempre la verdad de su fe católica a machamartillo. Por eso deberíamos dar siempre los homenajes en vida, y no esta moda que ha entrado en la cobardona Sevilla de escatimarlos en vida a quienes se la entregaron y hartarse luego dar medallas póstumas, cuando ya nadie protesta.

 

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