ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  23 de diciembre  de 2021
                               
 

Pepe Luis por el puente

Digo de esto como sobre hablar de cofradías en pleno verano. No tiene el menor mérito hablar de toros en abril, en plena temporada de Feria, con la plaza más bonita que nunca y sus sonoros silencios entre vencejos de siempre. Pero Andrés Amorós, con una Tercera de ABC tan monumental como la plaza que se hizo Gallito en la avenida de Eduardo Dato, me hace hablar de toros en Navidad, que es lo que tiene mérito. Me mueve este artículo el remate de esa monumental Tercera. Termina Amorós con esta estocada hasta los gavilanes: "Durante años, cada Miércoles Santo, a mediodía, solía yo acudir al puente de San Bernardo para encontrarme al maestro, de pie, junto a uno de los faroles barrocos, viendo pasar a la cofradía de su barrio, con las túnicas moradas y los antifaces negros. Me parecía entonces Pepe Luis un monumento más de Sevilla. A los cien años de su nacimiento, así sigue siéndolo." Me ha llevado Amorós con sus palabras a esa prima hora de la tarde de tantos Miércoles Santos, con la cruz de guía de la cofradía de San Bernardo ya por Santa María la Blanca y con el paso del Cristo de la Salud, escoltado por artilleros, empezando a subir el puente. El de San Bernardo, que a la noche era y es "el puente de los bomberos", era a esa hora el Puente de los Toreros. Sintetizados en Pepe Luis. Como Amorós, yo he ido muchos años a ese puente, a esa hora, a ese Cristo, a ese torero, a esa Sevilla que ahora es un sueño, pero que entonces era una realidad.

Pepe Luis, casi siempre con uno de sus hijos, caladas sus gafas de sol, venía andando al lado del paso. No "cangrejeando", ni en la delantera, orgullosamente acompañado por una vara dorada en un sitio privilegiado. Había entonces tan poca gente viendo las cofradías que podía hacerse lo que Pepe Luis: ir andando al lado del paso. El Sócrates de San Bernardo, a quien vimos en tantos documentales de los años 40 y 50 vistiéndose con esa túnica morada y negra, venía confundido entre la gente, que lo respetaba como se suele aquí en Sevilla: no acercándose a él para no sacarlo de la intimidad de la devoción de sus andares junto a su Cristo, con el que tantos años salió de nazareno desde su barrio. Ese Crucificado tan torero, a los pies de cuyo altar está enterrado Curro Cúchares y que estaba tan cerca del viejo matadero que fue la Universidad del toreo según Sevilla.

Pepe Luis andando al lado del paso de su Cristo. ¡Y qué andares! Inconfundiblemente toreros. Mira que tienen magia los puentes de Sevilla con los toreros. Ese puente de Triana lo unimos a Juan Belmonte o a tantos toreros del Arrabal y Guarda llevados a hombros desde la plaza hasta el otro lado del río, después de cruzar ese embarcadero de triunfos y de sueños que es la Puerta del Príncipe. ¡Cómo andaba Pepe Luis subiendo su puente de San Bernardo junto a su Cristo! Por respeto, ni lo saludábamos. Lo dejábamos hacer ese paseíllo en soledad con Cristo, junto a un paso que con los destellos del sol de la tarde semejaba un vestido de torear. ¿Un monumento de Sevilla? Sí, Andrés: tú y yo, hemos tenido la suerte de ver subir el Puente de San Bernardo a un monumento centenario de la gracia de Sevilla, el del cartucho de pescado torero de la freiduría de la Puerta de la Carne.

 

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