ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  28 de enero  de 2022
                               
 

Oriza y Río Grande

Una de las más desconocidas obras de Rafael Montesinos es "El libro de las cosas perdidas", poemario de 1946, quizá un anticipo de "Los años irreparables", que habría de venir seis años más tarde para quedar para siempre, junto a "Ocnos", como una de las más clásicas evocaciones de nostalgias de Sevilla. Y al modo de "El libro de las cosas perdidas", podríamos escribir el de los grandes restaurantes perdidos de Sevilla. Empezando por el mítico "Pasaje de Oriente", establecido en la calle Albareda en 1914, que cuentan era el máximo de los refinamientos y exquisiteces. Y siguiendo por el Riviera de Pedro Torres, en los altos de la cafetería de igual nombre en La Campana, en la esquina de la calle Capataz Rafael Franco. Pedro Torres, cuando cerró Riviera, abrió El Burladero en los bajos del Hotel Colón, que fue en su tiempo el otro templo del refinamiento en la cocina y en el buen servicio.

Ay, cuántos buenos restaurantes perdidos... Y no a causa de las crisis económicas ni de la pandemia, sino del signo de los tiempos. Los grandes restaurantes, las máximas estrellas de la hostelería, cambian en esta Sevilla tornadiza. Los que eran los grandes de los grandes, desaparecen de la noche a la mañana y no son sustituidos por otros. Así me ha ocurrido al pasar ante sendos cajones de obras de dos que fueron máximos y óptimos grandes restaurantes de Sevilla: Oriza y Río Grande. Ay, aquel Oriza que era como una sucursal de los clientes ricos del Hotel Alfonso XIII, como un Zalacaín o un Jockey a la sevillana, con sus manteles almidonados, su servicio excelente, su decoración de hierros pintados de verde, entre La Pasarela y la Torre Eiffel, con su fondo de espejos. Oriza era de los restaurantes silenciosos, que son los buenos. En los malos, se chilla. En los buenos, hay como un silencio de rito, que en Oriza empezaba con las chistorras que te traían junto con la exquisita carta y la sonrisa de Mercedes. Te encontrabas en Oriza a quien te tenías que encontrar, y siempre a unos turistas de lujo enviados por el conserje del Alfonso XIII. Me dicen que el primitivo Bar España convertido en Oriza será ahora el Cappuccino Gran Café. Será excelente, pero otra cosa. Otra página triste del libro de las cosas perdidas.

Como Río Grande, restaurante cuyo nombre no puedes escribir sin acordarte de Paco Ramos y de sus cristaleras sobre el río, con la mejor vista de la Torre del Oro y de la Giralda, donde podías adivinar la Torre de la Plata o la fachada de La Caridad. Si en Oriza era donde se comía tras las reuniones donde se cerraban los grandes negocios, a Río Grande llevabas al invitado de fuera de Sevilla que querías que se extasiara con la hermosura de la vista de la ciudad en un restaurante único por su emplazamiento. Paso por Río Grande y todo está demolido, aquella entrada con el rótulo de una antigua parada de tranvías, aquella salita con fotos de los Reyes y de tantos clientes ilustres, el bar abierto a la calle. Las cosas perdidas. Abrirán otro Río Grande, al que deseo éxito. Pero el de Paco Ramos, como el Oriza de Mercedes, estará en el libro de las cosas perdidas.

      

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