ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  5 de octubre  de 2022
                               
 

Ad petendam pluviam

Sin más títulos que el de diocesano de monseñor Saiz Meneses y devoto de nuestra Patrona, me sumo modestamente a la idea que comentó Fran López de Paz el otro día en estas páginas: que "por el Cabildo Catedral y la Mitra se está empezando a extender la idea de organizar una procesión de rogativas de la Virgen de los Reyes ante la sequía que padecemos". No me extrañaría que dentro de nada el arzobispo ordenara que se hicieran las peticiones que antiguamente se llamaban en latín "ad petendam pluviam", para pedir la lluvia, como existía la contraria, para que cesaran las tempestades.

Ya la Virgen de los Reyes, como ha recordado López de Paz, salió en rogativas de lluvia en sequías anteriores, las de 1981 y 1993. Recordarán quizá algunos aquellas impresionantes procesiones, lejos del chundarata de tanto paso en la calle en el mes de octubre para conmemorar las cien cosas que les gusta recordar a las cofradías con tal de poder sacar el palio de su Virgen hasta las mismas tantas de la mañana, después de haber ido a la Catedral.

Lo que más y mejor recuerdo de aquellas procesiones de rogativas de la Virgen de los Reyes fue el impresionante silencio, que parece que todavía lo estoy oyendo. Un silencio mucho más profundo, distinto, convencido, del que se hace cada 15 de agosto cuando suenan las campanas de la Giralda en pino mayor de primera clase y aparece en la Puerta de los Palos el palio de tumbilla de la Patrona de la ciudad. Mayor que cuando pasa una cofradía de silencio. En aquellas procesiones de rogativas la Virgen iba sin palio, sólo sobre la parihuela de su paso, con penitencial manto morado. Era esa parte de Sevilla que no se ha perdido, honda en su fe, que se crea y recrea en sus devociones, aferrada a lo suyo. Sacamos a la Virgen de los Reyes entonces porque sabíamos con la certeza de la fe que nos iba a traer el agua tan ansiada en los campos y en las poblaciones de nuestra seca y arruinada tierra, cuarteada por la sequía y con los embalses tan vacíos que dejan ver los pueblos que sus aguas sepultaron.

Y pensaba entonces, y lo hago también ahora, que las rogativas no sólo muestran la fe de Sevilla, sino el arraigo de sus tradiciones, aunque cambiantes con los siglos. Aquellas procesiones de la Virgen de los Reyes para pedir la lluvia eran como las que siglos atrás se hacían con el Cristo de San Agustín ante las grandes "catástrofes humanitarias", que diríamos hoy: las epidemias de peste o cólera morbo, o las propias sequías. El Cristo de San Agustín, que se veneraba en el convento de tal nombre y que tras la Desamortización pasó a la parroquia de San Roque, ardió cuando los milicianos del Frente Popular le metieron fuego al templo en julio de 1936. En buena parte ya había desaparecido entonces su devoción popular, sustituida por otras imágenes más populares. Aunque el Ayuntamiento sigue manteniendo la función del voto que la ciudad le hizo. Pero, en el fondo, fuese entonces al Cristo de San Agustín o ahora a la Virgen de los Reyes, el sevillano sabe que el Creador, el Hijo de la Virgen de los Reyes, es quien tiene que mandarnos la lluvia, diga lo que diga la AEMET, la Agencia Estatal de Meteorología.

 

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