Me extrañaba que en la Plaza de las Ventas, y dentro de su Feria de Otoño, hecha a imitación de nuestro San Miguel, hubiesen anunciado algo ya tan poco frecuente como un espectáculo cómico-taurino-musical. Una charlotada, por decirlo en el lenguaje clásico. Estaba anunciada como festejo matinal para el sábado 8 de octubre. Se titulaba de un modo muy característico en el mundo del toreo bufo, con un nombre rimado: "Popeye torero con sus enanitos marineros". Pero no habrá tal. La propia Comunidad de Madrid de la que depende la plaza de toros ha suspendido el espectáculo, aduciendo que sólo se habían vendido 37 entradas. Un eufemismo. Una excusa. Nadie saca con tanta antelaciòn la entrada para llevar a sus nietos a una charlotada, como si fuera una tarde de "no hay billetes" de Roca Rey. Se trata, en realidad, de una campaña no escrita, pero sí declarada, contra las charlotadas. En concreto, contra los enanitos toreros. Ni se pronuncia esa palabra de "enanitos", en la dictadura de lo políticamente correcto. Se dicen que son "personas con acondroplasia". Y que su pequeña estatura sirva de motivo de risa para los públicos consideran que va contra los derechos humanos de estos grandes pequeños artistas. Los cuales son verdaderos toreros, condenados ahora al paro. Hasta hace unos años, no había feria taurina en toda España que no acabase con una charlotada, un espectáculo de los enanitos toreros, en las mil formas y nombres que tomaron a lo largo del tiempo. Y ya han desaparecido prácticamente, bajo las excusas más falsas, para que no se produzcan burlas de los defectos físicos ajenos.
Con las charlotadas, desaparece una parte nada despreciable de la Fiesta Nacional. Los actuantes en estos espectáculos eran unos grandes conocedores de la técnica, de los terrenos, de las distancias, del toro. Derrochaban sabor ante los erales que toreaban con mil habilidades y ocurrencias para hacer reír a la chiquillería. A lo largo de la historia, el toreo bufo dio grandes artistas, como el valenciano Rafael Dutrús "Llapisera" (1892–1960), a quien se tiene como creador y codificador del género, que se apoyaba siempre en la parodia de personajes populares, como El Bombero Torero o Charlot, encarnado por el torero Carmelo Tusquellas. Tenía cada espectáculo de charlotada su propia banda, entre las que fueron famosas "El Empastre" o "Los Califas", que salían disfrazadas según la función. Andalucía dio al gran Fatigón de Cádiz, padre del matador Paquito Casado, o al sevillano Juan Fernández "El Hombre Gordo", desvelado siempre organizando festivales a beneficio de la Cabalgata del Ateneo.
El toreo bufo era un homenaje a la técnica. Dicen que en él se inspiró Manuel Jiménez para crear la chicuelina. Y solían tener una "parte seria", de lidia ordinaria, en la que se fraguaron y placearon en sus comienzos muchas figuras del toreo. Loor pues, a lo que fue el toreo bufo. Y a esos pequeños grandes toreros, tan sobrados de técnica, a quienes los prejuicios de lo políticamente correcto han dejado en el paro.
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