ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  2 de enero  de 2023
                               
 

El doble triunfo de Miura

Desde 1996 el Gobierno reconoce a la Tauromaquia como una de las Bellas Artes. Concede la Medalla de las Bellas Artes a un matador de toros, una ganadería del campo bravo o un defensor de la Tauromaquia. Se constata así que el Toreo no sólo es un bien cultural digno de protección, sino una de las Bellas Artes. Síntesis de muchas de ellas. Una faena memorable y artística es una escultura efímera en el tiempo, una pintura en la memoria del aficionado, una música que suena al compás de la embestida del toro, una armónica danza de la suerte ante la muerte que llevan esos dos pitones, donde todo es verdad y belleza. El primer matador de toros que recibió la Medalla de las Bellas Artes fue, con toda justicia histórica, Antonio Ordóñez, el maestro de Ronda. Siguieron, cualquier cosa, Curro Romero y Pepe Luis Vázquez. Y don Álvaro Domecq y Díez, en quien se premiaban al mismo tiempo al ejemplar ganadero, al rejoneador, a Jerez como estilo campero, al gran escritor de toros y caballos. Antoñete y Rafael de Paula tuvieron su medalla, como la tuvo luego Victorino Martín. Hasta veintiocho medallas se han concedido a personalidades e instituciones relacionadas con el Toreo, todos los años menos tres, 2012, 2018 y 2021, en que con el prohibicionismo no se otorgó honor alguno a la Fiesta que el propio Gobierno había declarado Patrimonio Cultural de España en 2013.

Mucho me temía que este año ocurriese algo por el estilo, que dieran medalla a las figuras más chungaletas y dejaran fuera a la Tauromaquia, sobre todo por los vientos contra la Fiesta que soplan cada vez más fuertes. Y más mandando tanto en el Gobierno la Izquierda Republicana de una Cataluña con las corridas prohibidas. Menos mal que no ha sido así: la Tauromaquia ha seguido siendo reconocida como una de las Bellas Artes a pesar de la corriente prohibicionista. Y han premiado a Miura, de la que el Gobierno ha dicho que «posiblemente sea la ganadería de toros más legendaria de la historia de la Tauromaquia», al distinguir «la fidelidad de esta casa a sus orígenes, puesto que, a lo largo de su trayectoria casi bicentenaria, ha mantenido invariable un encaste singular asociado a valores como la bravura, la emoción y belleza del toro de lidia».

El triunfo de Miura, que personalizo con mi felicitación en don Eduardo y don Antonio, es, pues, doble: no sólo conseguir la Medalla de las Bellas Artes, sino en el tiempo más adverso para la Tauromaquia. Toros de leyenda los de Zahariche, un conservatorio de los ritos camperos en las faenas de las ganaderías de bravo. Toros de tragedia histórica y de copla y leyenda, que dicen lo aficionados que saben hasta latín. Desde luego. Ya no se estudia Latín ni en el seminario. Ya latín sólo aprenden en Zahariche los toros que crían los hijos de don Eduardo Miura, los descendientes de don Juan Miura, que formó en 1842 esta leyenda del encaste Cabrera, oro puro de Andalucía, como el de la Medalla de las Bellas Artes que es como la vuelta al ruedo de uno de sus cárdenos o colorados, que hacen pensar en Villalón, en "Perdigón" y en las coplas del Espartero, y también en Manuel Escribano y en la vuelta del ruedo de "Datilero".

 

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